Coronavirus: Cuando el agua no llega (FOTOS)

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Lidia Montes abre con extrema delicadeza el único grifo de su casa, en los suburbios de Lima. Lo hace suavemente, lo justo para que salga un chorro fino y débil que le permita lavarse las manos como ha visto en televisión.

El líquido cae en una tina de plástico, lo que evita que fluya ladera abajo del seco cerro donde está encaramada su humilde vivienda. Para ella el agua es un bien de valor incalculable, y más ahora, frente a la pandemia.

Lavarse las manos con agua y jabón, el sencillo consejo para mantener a raya al coronavirus, resulta un auténtico lujo para unos 600 millones de personas en el planeta que no tienen agua en sus casas y, desprotegidos contra la COVID-19, se han vuelto más vulnerables aún que antes de la llegada de la enfermedad.

En Latinoamérica, la región del mundo con más recursos hídricos, hay unos 34 millones de habitantes sin acceso en sus viviendas a la red pública de agua, según informes recientes del Banco Mundial (BM). La mayoría sufre pobreza económica y están entre los grupos sociales más expuestos al avance sin freno de la pandemia.

Aproximadamente uno de cada diez está en Perú, un país que paradójicamente es el octavo del mundo con mayor abundancia de agua y el tercero en Sudamérica, pero donde casi el 10 % de su población, equivalente a 3 millones, debe buscar agua por sus propios medios a un precio sangrante para sus delicados bolsillos.

POCA AGUA A PRECIO DESORBITADO EN LIMA

Para esta mujer de 39 años, madre soltera con dos hijos menores a su cargo y otros tres ya emancipados, racionar y reutilizar el agua es vital, pues en este rincón de la periferia de Lima el agua vale por lo menos cuatro veces más que en un distrito de clase alta.

«Aquí es más cara, pero… ¿qué podemos hacer? Aunque sea con un poquito de agua nos lavamos para protegernos», comenta a Efe con resignación Montes, que se cubre la cara con una mascarilla de tela.

El agua que usa Lidia viene de un depósito de 1.100 litros. Llenarlo tres veces al mes le cuesta más de 60 soles (unos 18 dólares). Eso mismo valdría 15 soles (4,3 dólares) si la red de agua llegase al empinado cerro donde está su hogar, en un joven asentamiento en el barrio de Collique, dentro del distrito de Comas.

Como ese hay otros 244 asentamientos más solo en Comas, uno de los 43 distritos de Lima, la mayor ciudad del mundo después de El Cairo ubicada en un desierto. De sus 10 millones de habitantes, que representan al 30 % de la población de Perú, hay 400.000 aún sin servicio de agua, según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho).

A EXPENSAS DEL «AGUATERO»

Dependen del «aguatero», el camión cisterna que vende el agua, sobrevaluada por la necesidad. En este cerro de Collique fueron los vecinos los que construyeron un depósito y una rudimentaria red de mangueras para, con una bomba, llevar el agua hasta las partes más altas.

Lidia, que llegó hace cuatro años desde la amazónica y lluviosa región de Loreto, vive de lo que los vecinos le pagan por manejar la bomba y llenar los depósitos de cada casa.

Sin embargo, eso no es suficiente, aún menos en tiempos de pandemia y confinamiento.

«A veces lloro pensando que mi economía no me alcanza para mis hijos», lamenta la mujer, mientras Jhon, su hijo de 4 años, le demanda atención.

«Ahorita no hay ni para comer».

Ella y sus vecinos son parte del 70 % de la población en edad de trabajar de Perú que vive con lo que gana cada día, de modo que el confinamiento los ha dejado sin ingresos desde el 16 de marzo.

CISTERNAS GRATIS, UN ALIVIO TEMPORAL

Los únicos alivios para este mal trago son el bono de 380 soles (110 dólares) que dio el Gobierno a 3,5 millones de hogares en situación de pobreza y los camiones cisternas enviados también por el Ejecutivo para repartir agua gratuitamente.

Falta poco para el mediodía y de repente el confinamiento se rompe en este cerro, los vecinos se juntan expectantes en una descuidada cancha. Ha llegado la cisterna gratuita y esta vez acompañada de autoridades, que prometen que la red pública de agua llegará a la zona en dos o tres años.

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Allí está el ministro de Vivienda, Construcción y Saneamiento, Rodolfo Yáñez, quien explica a Efe que «desde el primer día de la cuarentena el Gobierno distribuye agua a las poblaciones más vulnerables de todo el país».

La cisterna que llegó a este polvoriento rincón de Lima es una de las 360 que en estos días abastecen gratuitamente a diversas zonas de 24 de los 50 distritos de Lima (43) y Callao (7). ¿Es eso suficiente? Yáñez responde que incrementarán la flota a 400 camiones, pero pide que usen el recurso de manera racional.

TUBERÍAS VACIAS EN GUATEMALA

Las cuatro hijas y el bebé de Angélica se apresuran a meter en su casa, cercana al borde de un barranco, los tambos, cubetas y toneles vacíos tras haber esperado sin éxito la pipa (cisterna) municipal. La que suple el inexistente flujo en las tuberías de sus casas, en la periferia de Ciudad de Guatemala, desde enero pasado.

Angélica, embarazada de su sexto hijo antes de cumplir los 30 años, se dedica a vender tortillas a pocos metros de su hogar, ubicado en Santa Catarina Pinula, a 17 kilómetros del centro de la ciudad. Ahí vive desde hace 20 años, pero no recuerda haber sufrido nunca tanto por la escasez de agua como ahora.

Unos metros abajo vive Sandra Hernández con su esposo y sus tres hijos, en una casa de piso de tierra y paredes de lámina al inicio de la ladera. También tiene varios toneles esperando el suministro que paga cada mes y que, con la nueva administración municipal, no hay modo de que llegue.

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Hace unos días consiguió algunos galones de agua para lavar los trastes que se le acumulan sobre la pila. Cocina para cinco y no da abasto, está afligida porque todo es incierto con la COVID-19.

«TENEMOS MIEDO»

«A mi hija mayor solo le depositaron 500 quetzales (65 dólares) en la última quincena de su trabajo (en una importante compañía telefónica), mi marido es mecánico por cuenta propia y no tiene encargos, y mi hijo vende auto partes cerca del Parque de la Industria, pero todos tenemos miedo de que siga yendo», describe Sandra consternada.

Y es que el Parque de la Industria es un centro de convenciones estatal designado por el presidente, Alejandro Giammattei, como el primer hospital temporal de campaña de los cinco que se instalarán en todo el territorio nacional para la emergencia sanitaria.

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Su vecina, Dora Garnilla, quien ha mantenido la presión de la comunidad hacia las autoridades, sale a comprar cuatro galones y un garrafón de 20 litros de agua a otra vecina. Le costará 2,5 dólares y le servirá para que su familia de cinco se bañe y lave las manos el tiempo que pueda.

A eso sumará 4 dólares de la factura mensual por un servicio inexistente y también el precio de la pipa. En total, unos 50 dólares sin que eso sea suficiente para la familia.

POZOS FUERA DE SERVICIO

Según la Municipalidad de Santa Catarina Pinula, 18 pozos de 40 que surten al municipio estaban dañados o fuera de servicio cuando entró la nueva administración en enero, por lo que «se trabaja a marchas forzadas para revertir la situación», dijo a Efe el secretario del municipio, Rafael Paiz.

El drama del agua ahoga con su carencia a más de tres millones de guatemaltecos, según indica el doctor en Ingeniería del Agua y del Ambiente, Marco Morales, quien lamentó a Efe que ahora las autoridades reparen en la importancia del recurso hídrico cuando «la pandemia desnuda la realidad de la crisis del agua».

Con decenas de contagiados por el virus, Morales admite que la vulnerabilidad de la población es «altísima» por la indolencia de las autoridades en un país que, como Perú, tiene «demasiada agua».

Al igual que Santa Catarina Pinula, otros barrios sufren una situación similar, pero el panorama se agrava en el denominado Corredor Seco guatemalteco. Una céntrica región azotada por la pobreza extrema y la desnutrición que habitan 2 millones de personas, pero de las cuales solo medio millón tiene tubería en casa, según el censo de 2018.

Esta zona es la más golpeada por la escasez de lluvia, como en 2019, cuando la sequía afectó a unas 300.000 familias, y será uno de los sectores más sensibles cuando la pandemia alcance su pico máximo en el país, previsto para finales de abril e inicios de mayo.

CHILE ATRAVIESA UNA HISTÓRICA SEQUÍA

Chile enfrenta la pandemia en medio de la peor sequía de su historia reciente. La escasez de agua hace todavía más difícil lavarse las manos con frecuencia en las zonas agrícolas, las más afectadas por la crisis hídrica.

El 47,2 % de la población rural, equivalente a más de un millón de personas, no dispone de abastecimiento formal de agua potable, según datos de Greenpeace, y la recibe a través de pozos, ríos o camiones aljibe (cisterna).

Este último es el caso de los pequeños pueblos de la comuna de Petorca, en la región de Valparaíso, donde no se puede consumir más de 50 litros por persona al día -un estadounidense medio consume entre 300 y 380.

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«¿Cómo nos vamos a enfrentar al coronavirus cuando sabemos que sin agua no hay salud? Nuestra cuota diaria la repartimos entre el aseo, la alimentación y vivir», dice a Efe el presidente de la Unión de Agua Potable Rural de la cuenca del río Petorca, Álvaro Escobar, tras expresar su «tristeza» por «el abandono del Estado».

Unos 150 kilómetros al sur de Petorca, en Rungue, solo hay tres o cuatro horas de agua al día. Riegan las plantas con lo que sobra de lavar la ropa. Por eso Carolina Moreno, dirigente vecinal, lanza una carcajada al escuchar la medida de higiene.

«Es una falta de respeto que te digan que te laves las manos y dejes correr el agua cuando nosotros ni tenemos», insiste.

AGUA EN MANOS DE GRANDES EMPRESAS

A la sequía se suma que un 80 % de los recursos hídricos de Chile están en manos privadas, principalmente de grandes empresas agrícolas y mineras. Tanto la Constitución (1980) como el Código de Aguas (1981) otorgaron derechos de aprovechamiento gratuitos a particulares y les dieron libertad para venderlos a precio de mercado.

Por eso para el secretario general del Movimiento de Defensa del Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente (Modatima), Rodrigo Mundaca, es «fundamental» que el agua se blinde como un «derecho humano».

«Es imposible que la gente se lave 20 o 30 veces las manos gastando 2 litros cada vez», apostilla a Efe el activista.

De norte a sur las poblaciones más desfavorecidas de Latinoamérica claman por ese derecho fundamental, el acceso al agua, cuya carencia, ahora, pone sus vidas aún más en riesgo.

EFE/ Fernando Gimeno, Emiliano Castro Sáenz y Arnald Prat Barnadas

 

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