Covid-19: Inspector de transporte, un peligroso oficio en el Perú

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Insultos, golpes, amenazas, escupitajos y hasta atropellos es lo que soportan a diario los inspectores de transporte de Lima, uno de los oficios más peligrosos en Perú, pues se juegan su integridad física para poner orden al caótico e informal transporte limeño, acostumbrado a la ley del más fuerte.

Tan grande es el desprecio y desconsideración que pueden terminar arrollados bajo las ruedas de alguno de las decenas de miles vehículos que cada día colapsan la capital peruana, donde para la gran mayoría de sus casi 10 millones de habitantes es la única alternativa de transporte por lento, incómodo e ilegal que sea.

Así le ocurrió a Jacqueline Rosales, una fiscalizadora de 25 años a la que le pasó por encima una «combi» pirata, como se conoce en Perú a las furgonetas que hacen transporte de pasajeros sin licencia, que en este caso tenía una orden de captura al acumular 61 multas impagadas por valor de 163.478 soles (unos 45.000 dólares).

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Al volante iba Alberto Bermúdez, un venezolano de 22 años que se negó a que le retuviesen el vehículo y se dio a la fuga sin importar pasar por encima de la mujer, provocando una persecución de película por la ciudad que no sirvió de mucho, pues tras ser detenido, el fiscal lo dejó en libertad, en una decisión cargada de polémica.

La joven inspectora, que se encuentra todavía internada en un hospital mientras se recupera de las lesiones provocadas por el arrollamiento, vivió en carne propia una de las 26 agresiones graves sufridas por estos fiscalizadores en los últimos tres meses.

«Condenamos este tipo de hechos. Son inaceptables», señaló a Efe la subdirectora de Fiscalización de la Autoridad de Transporte Urbano (ATU) para Lima y Callao, Patricia Sarria, que invoca a los transportistas y a los pasajeros a respetar la labor de los inspectores.

DESPRECIADOS POR CONDUCTORES Y PASAJEROS

«Respeta al fiscalizador, su labor tiene valor» se lee en distintos letreros que sostienen los inspectores mientras sus compañeros revisan que las unidades de transporte cumplan con los protocolos contra la covid-19, entre ellos sólo transportar a pasajeros sentados y con mascarilla y protector facial.

Así es la campaña para concienciar a los usuarios del transporte público de Lima y reducir la agresividad hacia los inspectores. «Queremos que sean conscientes de que la labor de los fiscalizadores es importantísima», enfatizó Sarria.

Son las 7.00 de la mañana en el paradero de Puente Alipio, uno de los más tumultuosos del sur de Lima, ubicado en plena Carretera Panamericana, y ya se empiezan a dar las primeras aglomeraciones del día y, con ellas, las primeras muestras de hostilidad hacia los «chalecos azules», el distintivo de estos inspectores.

«Si me toma una foto a mí, le meto puñete (puñetazo)», se escucha decir a uno de las personas que esperan su autobús al ver al equipo de inspectores en pleno trabajo, fotografiando y haciendo videos de las irregularidades cada vehículo.

Pese a que todos los pasajeros llevan su mascarilla, aunque no todos bien puesta, los fiscalizadores son inflexibles, y todo aquel que no lleve protector facial es obligado a bajar del vehículo y el conductor multado por no hacer respetar la norma a sus viajeros.

«Al haber un alto grado de informalidad, no existe lamentablemente una consciencia del cumplimiento de las normas, tanto por parte de los transportistas como de los usuarios», indicó Sarria, cuya oficina intervino a más de 107.000 vehículos sólo en 2020 y aplicó unos 17 millones de multas a transportes informales.

«UN ABUSO» PARA CHOFERES

Los mismos inspectores reparten gratuitamente protectores faciales para que los pasajeros puedan abordar sus vehículos, pero a algunos a los que les han obligado a bajar del autobús los rechazan de malas formas y maldiciendo el operativo.

Entre el permanente barullo de motores y bocinas sobresalen los desesperados gritos de Fernando Mesías, uno de los pocos que respetaba los protocolos pero que igualmente fue multado por negarse a salir de la parada, ya que quería esperar a recoger algunos pasajeros más mientras una fila de autobuses esperaba detrás su turno.

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«Todo está en regla. Los señores vienen injustamente, te piden documentos y te hacen llenar la papeleta sin saber leer ni escribir. Es algo injusto», lamenta a Efe un enervado Mesías, al volante de una unidad del popular «chino», línea que recorre Lima de norte a sur y es famosa por la conducción al límite de sus choferes.

«Uno se saca el ancho cuidándose y no es justo que te quiten la licencia. Uno tiene familia e hijos, y no es justo que me pongan dos papeletas. Es un abuso», añadió.

POR LOS IRRESPONSABLES «PAGAMOS PATO»

Varios pasajeros optan por bajarse del vehículo y reclaman la devolución de su pasaje en vista de que la discusión entre el conductor y los inspectores va para largo y, cuando por fin arranca, el cobrador de la unidad lanza en la cara la multa a los fiscalizadores, que acaba pisoteada en el piso.

En el paradero continúa acumulándose gente que protesta contra los inspectores y les recrimina que por su culpa van a llegar tarde a su trabajo.

Ahí está Amalia Guevara, que pide a Efe que se sancione directamente a los pasajeros que no usan de manera correcta la mascarilla ni el protector facial.

«El operativo es muy bueno, pero hay muchas personas irresponsables. El protector facial lo llevan de adorno y por esas personas muchos pagamos pato. A ellos deberían aplicarle la multa», señala Guevara, equipada como marca la norma, con su mascarilla y protector facial.

A estas alturas los inspectores ya parecen haberse hecho inmunes a las agresiones verbales y siguen intransigentes su labor, una cruzada casi de epopeya para enfrentarse a un transporte público que durante décadas funcionó prácticamente sin ningún control, con vehículos destartalados instalados en la irregularidad más salvaje.

EFE/ Fernando Gimeno

 

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