Croacia no era más que una frágil posibilidad de poder acceder a la final del Mundial de Rusia 2018. No le daban bola ante la poderosa flota inglesa que debería hundir sin pasar apremios a la embarcación de Luka Modric.
El fútbol es otra cosa que una caja de sorpresas. Supone siempre la pelea del bravucón que se come el bocado apetecible pero no siempre la historia termina así. En las paredes imaginarias de una cancha de fútbol se testifica lo absurdo y se aplaude la rebeldía.
Croacia no era otra cosa que el rival que tenía que estar ahí por obligación y servir de antesala para la clasificación inglesa. Aunque queda la aclaración que los croatas habían llegado a estas instancias por méritos propios.
Los balcánicos habrían de sacar astillas de la madera fina y alcanzar por primera vez en su historia la clasificación para jugar la final de un Mundial. No es poca cosa para el confortable lugar destinado para los grandes: Brasil, Alemania, España e incluso Italia ausente en esta ocasión en Rusia.
Croacia estaba cocinado con el 1-0 de Kieran Trippier apenas desde el minuto 5 y según avanzaban los minutos cada vez se creía menos en una posible remontada. Ni pensarlo, el equipo dirigido por Gareth Southgate tenía el manejo y el control para que se diera siquiera una paridad.
La historia habría que borrarse en esa parte que se decía que todo estaba consumado. En el minuto 68 Ivan Perisic clavó una primera estocada en el orgullo inglés y Mario Mandzukic dio el tiro de gracia en el minuto 109 del tiempo suplementario.
Así, Croacia se metió en el baile en el que no estaba invitado. Todavía tendrá que jugar ante Francia para redondear el correcto faenón de lo imposible.
(Hugo Laredo Medina)