David Grossman: “El sentido del humor te hace libre”

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David Grossman, uno de los grandes narradores de nuestro tiempo, ha publicado recientemente Gran Cabaret (Lumen, 2015). Sobre esta novela y sobre el sentido de la esperanza gira la conversación que mantuvimos con él vía telefónica.

Gran Cabaret es la historia de un hombre con una doble vida. Una vida secreta llena de soledad y dolor, y otra de un humor despiadado. ¿Su novela es una forma de reconciliar estas dos vidas paralelas?

Dóvaleh, protagonista de mi novela, es un hombre solitario. Tiene una personalidad muy agresiva, pero también es frágil y cariñoso. Se acostumbró tanto a ocultarse detrás de sus bromas que vive esa vida paralela y no la suya propia. Cuántas veces hemos visto a gente y, después de conocerla un poco, nos damos cuenta de que no vive su vida sino la que le fue impuesta por sus padres, sus maestros, el espíritu de su época. Esa persona vive una vida equivocada quizá porque eligió a un cónyuge, una profesión o incluso un género equivocados.

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Los extremistas nunca ríen. ¿El humor es una forma de libertad?

Los extremistas son personas herméticas, completamente fosilizadas en sus posiciones. Carecen de movimiento interior. Esta es una de las características del fanatismo. Para tener sentido del humor hay que ser capaz de moverse con libertad dentro de cualquier situación. Incluso en la peor de las circunstancias si uno tiene humor no es pasivo, no está fosilizado, no es la víctima. En situaciones colectivas terribles como el Holocausto, las personas no perdieron su sentido del humor. Esto les permitió, tan solo por un segundo, ser libres. Dóvaleh tiene la habilidad de moverse entre opiniones contradictorias. Se libera cuando deja de contar chistes obsesivamente y empieza a contar la verdadera historia de su infancia.

Todos necesitamos un hogar, un sitio al que podamos pertenecer. Por siglos al pueblo judío se le ha negado este derecho. Hoy Israel está asediado por sus vecinos y tiene muy mala prensa en el mundo. ¿Cuál sería el camino a seguir para que palestinos e israelíes puedan tener un hogar y ser vecinos al mismo tiempo?

Una definición de lo que es ser judío, como individuo y como pueblo, es la de alguien que nunca ha experimentado lo que es tener un hogar. Incluso en los sitios más benignos, siempre surge una sensación de peligro, de amenaza. Israel tendría que ser ese hogar, y de cierto modo lo es, pero no es un lugar seguro. Si los palestinos no tienen un hogar en Palestina, los israelíes tampoco podrán tener uno en Israel. Podremos tener una fortaleza, pero eso no es un hogar. Solo cuando ambos pueblos sientan que tienen uno, podremos vivir la vida que deberíamos y que merecemos tener. Muy pocas veces podemos vislumbrar esta opción. Muchos ni siquiera creen que pueda haber posibilidad de paz y viven una existencia paralela de odio, temor y racismo.

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Usted no es creyente pero sí es un hombre espiritual. Si “Dios es el nombre que damos a nuestros temores”, ¿en qué basa su esperanza?

Creo que lo único sagrado es la vida. No podemos atribuir sacralidad a un templo, santuario o sinagoga. Respeto la necesidad de la gente de creer en algo, sobre todo a medida que el mundo se vuelve cada vez más peligroso, caótico, amenazante. Es natural que la gente acuda a la religión porque todos necesitamos respuestas, aunque sean sencillas. En lo personal prefiero enfrentarme a la dureza de la vida sin la comodidad de la idea de Dios y, sin embargo, me siento muy judío. No hay que ser creyente para ser judío. La mayoría de la gente en Israel no es ortodoxa. Sin embargo, observo, con cada vez más frecuencia, a personas que siempre han sido laicas y han pertenecido a la izquierda que, después de tantos años de vivir encadenadas, de presenciar tanta brutalidad, de vivir la inestabilidad del Medio Oriente, se refugian en la religión e incluso, algunas, en el fanatismo. Esto es muy peligroso porque es imposible alcanzar la paz con los fanáticos. Ellos no hacen concesiones. No hablo de justicia absoluta para palestinos e israelíes. Justicia absoluta significaría que ninguno de los dos debería estar aquí. Yo quiero que ambos estemos aquí, que tengamos el mayor contacto posible, que empecemos a sentir curiosidad por el otro en vez de estar atrapados en el temor y la asfixia.

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Hacia el final del libro, Dóvaleh grita: “¡Muerte, mándame un hijo!” ¿Cree usted, como Walter Benjamin, que la esperanza solo puede surgir de la desesperación?

En toda esperanza hay duda. Son muchas las cosas que deben coincidir en el momento correcto para crear esperanza. Así como la desesperación engendra desesperación, la esperanza engendra esperanza. Dóvaleh flirtea todo el tiempo con la muerte porque es una persona muy enferma, vive al filo. El arte es uno de los pocos lugares donde podemos observar simultáneamente la vida y el temor a perderla. Todo arte verdadero se desarrolla en el punto de encuentro entre la vida y la muerte.

(Entrevista: Laura Emilia Pacheco y Fernando García Ramírez – Letras Libres (letraslibres.com)

 

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