Dios, que como el «rey del fútbol» también es brasileño, quiso que el milésimo gol llegara ese 19 de noviembre de hace 51 años a través de un penalti, para que nadie se perdiera los detalles del impulso, el engaño, el impacto al balón, el vuelo vano del guardameta y el vaivén de la red.
La conclusión nada científica, nada teológica, fue incorporada al imaginario de los orgullosos hinchas en Brasil a finales de ese 1969 inolvidable y difundida como dogma en animadas charlas de bar.
Pero para Edson Arantes do Nascimento, ‘Pelé’, los días previos al acontecimiento histórico en su carrera no resultaron tan animados como las fiestas organizadas al paso de su club, el Santos.
Para ‘o Rei’ pudieron pasar discretos, pero ‘Deus’ también lo quiso así.
El equipo blanco de la Vila Belmiro llegó en ambiente de carnaval a Joao Pessoa para enfrentar al Botafogo da Paraíba el 14 de noviembre.
Pelé, que llevaba 998 goles, fue proclamado ciudadano ilustre y el entrenador Antonio Fernandes, ‘Antoninho’, temiendo que todo estuviese arreglado para que se produjera ahí el milésimo gol, optó por prescindir del portero reserva.
¿Por qué?
Si algo desafortunado pasara con el guardameta titular, Pelé también tenía esa destreza. Tanta que en toda su carrera con el Santos jugó cuatro veces entre los tres palos y una lo hizo en un amistoso de la selección Canarinha.
La presunción de ‘Antoninho’, zorro viejo, comenzó a tomar forma cuando a los pocos minutos sus pupilos jugaban tan cómodos que ya ganaban con un doblete de Manuel María.
Poco después el árbitro concedió un penalti a los visitantes.
El diez no era el cobrador oficial, no tendría que hacerlo, pero el lateral Carlos Alberto decidió declinar, preocupado quizá porque el público enardecido rugía desde las tribunas «¡Pelé, Pelé!».
«¡Si no cobras, hoy no salimos de este estadio!», le advirtió otro de sus compañeros y por ello, sin más opción, acomodó el balón, tomó impulso y antes de impactar descolocó al portero con una ‘paradinha’. Gol, el 999.
Joao Pessoa entera fue a la locura y entonces entró en acción el Plan B de Antoninho.
Como fulminado por un rayo, el portero Jair Estevao cayó al césped. En el banquillo se apresuraron a decir que se trataba de una infección intestinal.
Ante el teatral infortunio, Pelé tomó el buzo negro número uno y, para enfado de los hinchas que colmaban los graderíos, el partido terminó sin alteraciones.
La prensa local, quizá frustrada, ignoró ese día el detalle de que Pelé no encajó gol alguno.
«Yo solo quería que esto acabara cuanto antes», manifestó el astro mientras el circo mediático se trasladaba para el siguiente partido del Santos, el domingo 16 de noviembre contra el Bahía, en la ciudad de Salvador.
La delegación presenció desfiles en las calles en las horas previas. Ni un alma hubiera podido entrar ese día en el estadio adornado con banderas, estandartes y pendones que flameaban al ritmo de eternas batucadas instaladas aquí, allá y acolá.
Hasta el obispo convocó a sus fieles a una misa de acción de gracias para el lunes sin imaginar que su noble propósito sería estropeado por una de las ovejas de su rebaño.
En la primera oportunidad que tuvo, Pelé soltó un remate que explotó en el horizontal.
Y en la segunda se deshizo de un defensor sobre el punto de penalti, superó en la carrera al portero y cuando encaminó su lanzamiento a puerta vacía de la nada apareció un zaguero sobre la raya final para impedir la entrada del balón.
En una circunstancia normal el central Nildo habría merecido el reconocimiento como héroe y quizá la misa del día después se hubiera oficiado en su honor, pero la hinchada del Bahía reprobó con abucheos y repudió con impublicables insultos la maniobra arrojada de su jugador.
Tres días después, la atención se concentró en el estadio Maracaná, que minutos antes del pitido inicial vio desfilar a una imponente banda militar en la cancha desde la que se soltaron centenas de globos multicolores y fuegos pirotécnicos.
«No va a ser aquí, negro», le avisaban a Pelé los corpulentos defensores del Vasco da Gama mientras palmoteaban su cabeza.
Pelé había cumplido 29 años 24 días antes y su propósito de poner fin a tanta presión no parecía que fuera a ser fácil pues, cuando no aparecían sus custodios para interceptarlo, era el portero argentino Edgardo Andrada quien se interponía con reflejos felinos.
Faltaban 12 minutos para que terminara el partido, que estaba 1-1, cuando Clodoaldo filtró al área un pase al de Tres Corazones que, antes de apretar el gatillo, fue derribado por el defensor René.
El árbitro Manuel Amaro no dudó en marcar el punto para delirio de los hinchas del Vasco da Gama y desespero de sus jugadores.
Esta vez tampoco valió el argumento de que otro era el lanzador oficial de penaltis en el Santos.
«Por primera vez en mi carrera me puse realmente nervioso. Nunca antes había experimentado una responsabilidad como esa. Estaba tembloroso», manifestó Pelé en su autobiografía.
Andrada adivinó la trayectoria hacia su poste izquierdo, pero nada pudo hacer para desviar el lanzamiento.
El argentino no lo dijo públicamente pero quizá debió celebrar íntimamente el desenlace pues así evitó correr la triste suerte de Nildo, ‘la oveja negra’ del Bahía.
«Me sentí solo contra el mundo. Hasta los hinchas del Vasco iban contra mí», declaró el exportero de Rosario Central al recordar tiempo después el soberbio desempeño que exhibía en ese partido.
Pelé corrió al fondo de la red, tomó el balón y lloró entre decenas de fotógrafos que se volcaron sobre la portería. Algunos de ellos lo cargaron y entonces, ante decenas de micrófonos, dedicó el gol a los niños de Brasil e invocó la necesidad de cuidarlos.
Años después Edson Arantes admitió que la vorágine de acontecimientos vividos en los días previos y el alivio sentido por el fin de esta historia le hicieron olvidar un detalle importante.
«Era el cumpleaños de mi madre aquel día y tal vez debí haberle dedicado el gol a ella», manifestó.
Un asunto muy complejo para tratar en una mesa de bar y que solo compete a reyes y dioses. EFE