CIUDAD DE MÉXICO.- Corría la década de 1930 cuando la joven Dolores Olmedo posó desnuda para Diego Rivera. De su admiración mutua nació una fuerte amistad que sobrevivió a las idas y venidas tanto de la vida del pintor como de la que fue una de las mayores mecenas del arte mexicano, cuyo museo cumple ahora 25 años.
El Museo Dolores Olmedo de la Ciudad de México, que alberga todo el acervo artístico coleccionado por la mecenas, cumple este 17 de septiembre un cuarto de siglo recordando la figura de esta mujer de clase humilde que luchó contra su tiempo, recabó una enorme fortuna y la dedicó a promover la mexicanidad en el arte.
Y lo hace reabriendo este fin de semana sus puertas tras un parón estival durante el que ha renovado parte de su museografía.
La hacienda en la que Olmedo falleció en el 2002 es al día de hoy un oasis en el que se respira México por todas partes. Y no solo por la importante colección de obras de Diego Rivera, de Frida Kahlo, de arte prehispánico y de arte popular mexicano.
Sino también por su entorno, su arquitectura y su vasto jardín de vegetación endémica habitado por xoloitzcuintles, una raza de perro de origen mexicano conocida en el mundo por su piel negra y no tener pelo.
«No es un museo de historia ni es un museo de arte contemporáneo, sino es un museo de lo mexicano», cuenta este viernes a Efe Josefina García, encargada de colecciones del recinto y experta en la biografía de Dolores Olmedo, nacida en Ciudad de México en 1908.
El fervor hacia México de la mecenas le fue inculcado por su madre, María Patiño, un humilde maestra de primaria que le enseñó a amar a su país en plena Revolución Mexicana, que comenzó en 1910, una época de fuerte nacionalismo en la que se revalorizó la historia mexicana.
Pero su pasión por el arte nació, en gran parte, en esa sesión en la que modeló para Diego Rivera (Guanajuato, 1886) y este le regaló un dibujo de ella desnuda.
Olmedo había acudido con su madre para hacer un trámite en la Secretaría de Educación Pública, donde Diego Rivera pintaba sus murales y se fijó al instante en esa joven estudiante.
Aunque Olmedo y Rivera no pudieron coincidir tanto como les habría gustado, la semilla de algo importante ya había sido plantada.
«Cuando (años después) el esposo de Dolores Olmedo descubre que había posado desnuda para Diego, interrumpieron la amistad; y a partir de 1954, después del fallecimiento de Frida Kahlo (Ciudad de México, 1907), Diego y Dolores retoman esa amistad», relata Josefina García.
Fue entonces cuando Dolores Olmedo compró algunas obras a Diego Rivera, a quien encargó retratos de sus cuatro hijos. Y poco a poco fue aumentando su colección adquiriendo más cuadros del pintor en subastas públicas.
Poco a poco recabó obras emblemáticas, expuestas en el museo, como «El matemático», «El picador» o varios paisajes cubistas, que recuerdan que Diego Rivera no solo se dedicó al muralismo.
Para aquella época, Dolores Olmedo ya había amasado una fortuna abriéndose paso en un mundo de hombres con la fundación de una constructora de la que luego derivó la todopoderosa ICA (Ingenieros Civiles Asociados), una de las más importantes de México.
«Dolores fue de estas primeras mujeres que se revelaron en contra de los sistemas familiares y sociales establecidos para una mujer», sostiene Josefina García, como demuestran las fotografías en las que aparece Olmedo como la única mujer en un grupo de 50 hombres reunidos con el presidente Miguel Alemán (1946-1952).
Con el tiempo, Dolores Olmedo también recabó valiosas obras de Frida Kahlo, como «La columna rota» y «Autorretrato con changuito», aunque la relación en vida de las dos mujeres no debió ser fácil.
Y eso a pesar de que ambas coincidieron en la Escuela Nacional Preparatoria, donde solo había una veintena de mujeres entre 2.000 estudiantes.
«Siempre tuvieron un poco de rivalidad. Dolores y Frida fueron novias de Alejandro Gómez Arias, uno de los estudiantes que impulsó el movimiento de autonomía de la universidad. Seguramente eso no les vino muy bien», cuenta Josefina García.
Además, Olmedo conoció primero a Diego Rivera, pero cuando tuvieron que interrumpir su amistad, este se casó con Frida Kahlo. «Ahí había una situación complicada», añade la encargada, aunque matiza que Olmedo y Rivera nunca tuvieron una relación amorosa.
La ya célebre mecenas adquirió en 1962 una gran hacienda en Xochimilco, en el sur de la Ciudad de México, donde creó la fundación que dio lugar a su museo y donde vivió hasta su muerte.
Es aquí donde, además de las colecciones de Diego y Frida, se concentran más de 3.500 piezas de arte popular mexicano, así como obras prehispánicas y una colección de la artista Angelina Beloff, la primera esposa de Diego Rivera, todas ellas recabadas por Olmedo.
No obstante, en sus 25 años de historia, el museo también ha mostrado exitosas colecciones temporales de arte veneciano o impresionista, así como su ya célebre ofrenda del Día de Muertos, compitiendo cada año por tener el altar más colorido de la ciudad.
Y todo eso nació del encuentro fortuito entre Dolores Olmedo y Diego Rivera, como recuerdan los 13 xoloitzcuintles del jardín. Y es que todos ellos descienden de un perro que el pintor regaló a quien un día fue su musa.
EFE