Educar con sentimiento

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“¿Y ahora qué?” Es la pregunta que se hacen las familias cuando reciben la noticia de que su hijo tiene altas capacidades (AACC). También llamados superdotados. Muchos abuelos y padres dicen que sus nietos e hijos son muy inteligentes pero no es lo mismo que ser un niño que posee altas capacidades.

La ciencia los define como “aquellos que muestran una gran capacidad de aprendizaje y curiosidad; que se interesan por aprender y entender; que preguntan; que tienen la capacidad para resolver problemas y que son capaces de hacer deducciones y de cuestionarse”, explica Olga Carmona, psicóloga especializada en atención a estos niños.

Sólo el 2% de la población es superdotada, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hay varios tipos de inteligencia; lingüística, musical, interpersonal, emocional, biológica… entre otros. No se trata de una capacidad fija, “nacemos con un potencial determinado genéticamente que luego se verá potenciado o disminuido en función del ambiente social y familiar”, explica Carmona.

Muchos padres quieren saber cómo detectar que su hijo es superdotado. Tienen un coeficiente intelectual igual o superior a 130 en la Escala Wechsler, instrumento que evalúa la aptitud intelectual. Estos niños son creativos, aprenden a leer y escribir de forma autodidacta, tienen empatía a edades tempranas, desafían la autoridad y les surgen preguntas sobre la muerte o la existencia.

Educar a un niño superdotado supone más responsabilidades. Una situación donde los padres chocan con la barrera del desconocimiento social. Primero tienen que romper con los estereotipos; los superdotados no son sólo personas que destacan por su inteligencia sino que sienten y piensan diferente.

Un niño con altas capacidades no funciona con imposiciones sino con razones que tengan sentido para él. Esto plantea problemas en las rutinas, dificultad para escuchar instrucciones, intensidad emocional, hipersensibilidad; a veces tienen ataques de ira, frustración, rebeldía y se cuestionan los cómos y porqués de las cosas. Causas que pueden provocar un conflicto familiar. La inexperiencia o falta de conocimiento se resuelven en talleres como el propuesto por Psicología Ceibe. Tienen el objetivo de facilitar el desarrollo y adaptación entre padres e hijos.

Si la familia empatiza con su hijo, este se sentirá más seguro y receptivo para corregir sus conductas. La paciencia, autoridad y negociación ayudan a mejorar la relación entre ellos. Decirles “porque yo lo digo” sólo sirve para que tome una actitud desafiante. Es más eficaz explicarles por qué hemos tomado esa decisión y no otra, ya que debido a su inteligencia lo comprenderán. Una educación donde las emociones, el respeto, la comunicación y la confianza son más eficientes que el castigo.

 García Mollón, Carmen/ Periodista/ Twitter: @26_Carmen

 

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