A Al Pacino (Nueva York, 1940) no le entrevista nadie. Él hace las preguntas; él las responde. Es más, mientras habla subraya en el aire cada uno de los titulares. Se está editando. Al Pacino es actor y así se lo hace ver al periodista que, desde el momento justo que se sienta delante de él, se convierte en espectador.
Está por estrenar “La sombra del actor”, de Barry Levinson. En ella, da vida a, precisamente, un actor que, de golpe, se descubre vacío. Nada de lo que tuvo sentido en el pasado es capaz de poner en pie el presente. Conocedor del reflejo que su figura provoca en la pantalla, el actor se entretiene en la película en divertirse, en ridiculizarse, en entregarse desnudo. Desnudo hasta la emoción. Y eso, aunque sólo sea por el resplandor, gusta. Emociona ver a un gigante emocionado.
Llegados a este punto, Al Pacino se mira al espejo de una de las habitaciones del hotel Excelsior de Venecia en la que tiene lugar la entrevista (o lo que sea) y, mientras se levanta las gafas de sol, se dice a sí mismo: «No sé para qué me miro en ese espejo, no se ve nada». Se concede una pausa y arranca a recitar un fragmento de «Hamlet». Aplausos.
¿Qué es para usted el estilo, como vistes?
Nunca me han acusado de tener estilo. A veces sí me pasa que me pongo algo y alguien me suplica que me lo quite. No tengo lo que llamarían gusto. (Continúa con el fragmento de «Hamlet»)
¿Por qué siempre Shakespeare?
Para mí es placentero leer y recitar las tragedias. Cuanto más las lees, más las aprecias. No es más fácil acercarse a una obra, sea cual sea, y entenderla. Y eso es especialmente evidente con Shakespeare. En ‘La sombra del actor’ echo mano de él un par de veces. Cuando tienes la posibilidad de meterte en la obra, de involucrarte totalmente en ella, es cuando de verdad entiendes todas estas cosas. ¿Cómo interpretas una frase como «Ser o no ser, esa es la cuestión»? Todos hemos pasado por ahí cuando tenemos problemas. ¿Por qué seguir adelante cuando sería muy fácil acabar con todo? Y entonces dice: «Y así, el natural color de la resolución se desvanece en tenues sombras del pensamiento». Escuche bien esto [repite la frase]. Así es como lo expresa. Lo llama «las tenues sombras del pensamiento». ¿Cómo era capaz de escribir esto? ¿Cómo se consigue algo así? ¿De dónde sale? Éste era el tipo de cosas que de joven me fascinaban. Cuando oía algo así, algo se iluminaba en mi cerebro. No podía evitar las ganas de interpretarlo. Es como cuando alguien toca un instrumento. Yo interpreto a Shakespeare y si no puedo hacerlo como merece, prefiero limitarme a leerlo.
En ‘La sombra del actor’ da vida a un actor en crisis… ¿Cuánto tiene de usted mismo el personaje?
Uno intenta absorber todo lo que le rodea. A medida que te haces mayor ya has experimentado muchas cosas e intentas que tu subconsciente las asimile. Básicamente, lo que intentas es sobrevivir. En el caso de todos mis personajes, incluido el de La sombra del actor, tienes que juntar muchas piezas en muy poco tiempo e intentar abrirte a las cosas, entenderlas. Normalmente a mitad de la película ya tienes una idea muy nítida de lo que estás haciendo. Aunque, la verdad, en algunas de mis películas, hasta el final no tuve claro qué estaba pasando, cuando ya era demasiado tarde. Creo que es importante tomarte tu tiempo para hacer las cosas. Intentas liberar tus instintos, dejas que ellos dominen la situación. Lo que procuras es dejar de interpretar, y la única forma de dejar fuera la interpretación es entendiendo y sabiendo de lo que estás hablando; conectándolo contigo.
¿Siente nostalgia de los años 70, cuando se hacía aquel cine que cambió Hollywood y era joven?
La sentiría si pudiera recordarlo. ¡Ya no recuerdo nada de lo que hacía entonces! ¡Algo estaba pasando, de eso sí que estoy seguro!
¿Y los directores con los que trabajó, como Francis Ford Coppola?
Sí, sí, claro. Supongo que fui parte de esa década de los 70 y eso se ha convertido, en retrospectiva, en un momento histórico, una era nueva en el mundo del cine. En la historia del cine existen estos periodos que vienen de Italia, Francia, España…
¿Qué ha cambiado en este tiempo que hace tan diferente el cine que dice haber olvidado del de ahora?
Es difícil mantener las películas vivas para la gente, porque ahora las ponen en pequeños discos y en iPhones. Si ves ‘Tarde de perros’ en pantalla grande, es una experiencia. La forma en que [Sidney] Lumet la dirigió, fue todo muy real… Estaba ocurriendo ahí mismo. Estaba vivo en el momento, como si de verdad estuviera sucediendo el secuestro que se narra. Lumet quiso transmitir esa sensación. Y la acción te absorbía, era un cine lo bastante grande como para atraparte. Pero ahora… sé que la gente se está acostumbrando a ver el cine de cualquier manera mientras preparan algo en la cocina. Lo paran y lo ven luego. Pero esa es otra experiencia. La experiencia cinematográfica es algo que ocurre rodeado de otras personas, es algo común, compartido. Es lo mismo en el teatro. Cuando trabajas en una obra, el público forma parte de la obra, es un personaje. Imagínate ver ‘La sombra del actor’ en uno de éstos (mira el teléfono). No sé… La expresión artística pierde fuerza. No tengo claro que se pueda llamar cine a todo a lo que se hacía y a lo que se hace ahora.
No es entonces de la opinión de que el nuevo cine sucede realmente en la televisión, en la HBO…
Bueno, es cierto que la televisión se está ganando la reputación de que ahí es donde se están haciendo las películas ahora. Eso está bien porque algunas de esas series están muy bien… Pero siguen sin ser películas. Son una forma de comunicación diferente.
Si pone la televisión y sale una de sus películas antiguas, ¿qué hace? ¿Le gusta verla, piensa en que tenía que haberlo hecho de otra manera?
No, no lo hago. No estaría aquí ahora mismo. Estaría en casa diciendo: «¡Tengo que retroceder al pasado!».
¿Rechaza de plano la televisión entonces?
No. Algo he hecho yo mismo. Hice, por ejemplo, ‘Ángeles en América’, basada en una obra maestra de Tony Kushner. Y hace poco di vida al productor Phil Spector. Así que algunas de las cosas más controvertidas, más arriesgadas, las he hecho en televisión. Hay que resignarse, no queda más remedio que trabajar para la tele porque las películas son demasiado caras. Siempre lo han sido, pero ahora más. De todas formas, hay un gran talento en esas cosas tan imaginativas que he visto últimamente con mis hijos en el cine. Si lo comparo con mis tiempos, entiendo que lo que yo hacía ya no…
¿Ya no está de moda?
No sé si es una cuestión de moda. Supongo que sí. Hay muchas formas de hacer las cosas, muchos medios distintos. Si sólo piensas en el pasado te quedas allí, ya no vas a hacer nada nunca más. Mis hijos hacen vídeos, cuentan historias… Mi hijo me enseña cosas en YouTube. Entras en contacto con esas cosas y a veces también encuentras talento…
¿Cómo afecta ahora a su trabajo ser una estrella de Hollywood, una parte de la historia del cine, no sólo un actor?
¿Cómo afecta a mi trabajo? Me consigue papeles. Muchos. [Ríe] Pero no influye en mi forma de interpretar. Tratas de mantenerte en contacto con lo que haces y contigo mismo. Te preocupas de lo que tienes que decir sobre el mundo ahora mismo. No de forma literal, sino de una manera más metafórica. Pondré un ejemplo. El año que viene sale una película en la que interpreto a una estrella de rock, no como Mick Jagger, sino como una combinación de personas. Es un tipo que existió de verdad y contamos cómo pasó de ser un chaval prodigio de 22 años, como músico y compositor, al rockero estereotipado que es hoy, que toca lo mismo una y otra vez y que incluso interpreta las canciones de otros. Digamos que se ha convertido en un animador, después de lo que había llegado a ser. Y ahora llega a un punto en su vida en el que empieza a decir: «¿Para qué estoy haciendo esto?». Al final encuentra una forma de sobrevivir y eso me interesa. De alguna forma, me veo reflejado en él.
Está hablando del estrellato, pero ¿qué significó para usted ganar el Oscar por ‘Esencia de mujer’? ¿Significó mucho ese reconocimiento de sus compañeros?
¿Cómo hablar de eso sin emocionarme? La ceremonia en sí mismo te transporta. Te están viendo en el mundo entero y estás recibiendo un premio… Es el equivalente a ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. ¡Sólo que sin correr! El espectáculo en sí mismo ya es impactante. Y entonces te dan el Oscar, lo tienes y no puedes expresar lo que quieres expresar. Es algo grande y… No encuentro las palabras… Te deja como aturdido. Y después tienes una sensación extraña. Es lo más cerca que me he sentido nunca de ser un triunfador. Obviamente no es que lo merezcas necesariamente pero ¡lo has conseguido! La gente empieza a felicitarte. Es algo grande. Más de lo que pensaba que llegaría a ser. Es como si descubrieras que has ganado. Y luego pasa, sigues adelante. Tuve suerte porque estaba ocupado en pleno rodaje de ‘Atrapado por su pasado’. Tenía cosas que hacer, porque estaba interpretando otro papel y, gracias a eso, el productor me metió en un avión y ¡no hice ni una entrevista después del Oscar! De pronto estaba en un jet privado pensando: «¿Dónde voy?». Cuando me despedí de mi novia de entonces, le dije: «¡Adiós!», y ella me contestó: «¿Pero dónde vas?». «Tengo que volver al trabajo. ¡No sé!», fue mi última frase. Al día siguiente estaba en el plató. Así que ni tuve tiempo de asimilar lo que estaba pasando ni pude ir a ninguna fiesta. Seguir rodando me hizo no perder de vista que era un actor. Porque eso es lo que soy. No soy un ganador del Oscar, no soy una estrella, soy un actor.
¿El teatro le ayuda a mantener los pies en el suelo?
El teatro es el mismo mundo que el cine, no crea. Después de ganar un Tony, un buen amigo vino a verme a la sala y al final de la función le pregunté qué le había parecido. Me dijo: «Pareces un ganador de un Tony». Y tenía razón: estaba haciendo todo lo que uno no debería hacer. Me comportaba como un vulgar ganador del Oscar. Estaba afectando a mi interpretación. Al final aprendes que tienes que dejar que te ocurran las cosas. Cometes errores, sí, ¿y qué?.
¿Alguna vez temió llegar a cansarse de su trabajo?
No. Eso es como tener un ataque al corazón. Puede pasar, pero no tengo miedo de que pase. En absoluto. Si dejara de querer hacer esto, ¿qué haría? No lo sé. Pero es como… Me gusta esa anécdota en que alguien le dice a Picasso: «¿Y si te metieran en la cárcel? ¿Qué harías?». «Bocetos», responde. «¿Y si te quitaran el cuaderno?». «¡Dibujaría en la pared!», dice. Es una metáfora, ¿no? Ésta es mi vida.
¿Es eso lo que recomienda a sus alumnos en el Actors Studio?
No tengo alumnos. Allí hay actores y lo que hacemos básicamente es experimentar. No perdemos el tiempo hablando de cómo estamos haciendo las cosas. Eso queda para las entrevistas.
(Entrevista: Luis Martínez – Diario El Mundo, España).