Para los otomanos, las sensaciones son distintas porque eran los ‘azzurri’ los que se suponía que tenían que llevar la voz cantante. En los primeros compases del partido, de hecho, el conjunto visitante pareció no esperar que su rival fuera a imprimir un ritmo tan pausado a la cita y salió a la contra con cierta incredulidad siempre que pudo. Este sentimiento creció conforme la zaga anfitriona dejaba ver algunas grietas.
Hay que reconocer que puede que el cuerpo técnico del país de la bota tampoco se imaginara esto. Los gestos del jefe local desde su zona en la banda eran de clara estupefacción, de no entender bien por qué los suyos pasaban de gestionar una posesión lenta en su propio terreno para, instantes después, entregarse a un pase con pocas posibilidades de llevar el ataque a buen puerto por darse en una zona repleta de rivales o por ser un envío en largo sin una intención clara.
Así, le quedaba al público de Bolonia la duda de si esto formaba parte del planteamiento de Spaletti porque estaba pensando en cómo quiere jugarle a España, Croacia o Albania cuando arranque la fase de grupos de la Eurocopa o si a lo que asistieron fue a un ejercicio de incapacidad por parte de sus representantes. Quien más se desligó de esta dinámica fue Federico Chiesa, espoleado por un encontronazo con Bardakci en el primer acto, pero sustituido al descanso. Varios de sus eslálones animaron las ofensivas de estos 45 minutos de comienzo -fueron 48 con el añadido-.
A nivel defensivo, sí que cobró bastante claridad cómo la pizarra italiana previó que había que marcar de cerca a Yildiz, un joven talento de la Juventus que está despuntando en la Serie A y que, por tanto, entraba de sobra en la hoja de estudio de los estrategas. A poco que el dorsal 19 controlaba la pelota, tenía encima a un contrincante dispuesto bien a meterle el pie con viveza o bien a desequilibrarle para que no avanzara aunque esto supusiera cometer una falta.
Aunque la tónica general fuera de aburrimiento, eso sí, hubo varias ocasiones para marcar un gol. Vicario resolvió las más importantes de la expedición turca. La mejor tuvo lugar en la segunda mitad, cuando un centro a media altura rebotó en el cuerpo de un otomano y llegó, sin margen de reacción, a un guardameta que no se complicó, se agachó y despejó el esférico como pudo. Para haber dispuesto de oportunidades más diáfanas, habría hecho falta alejarse de una rutina quizá demasiado repetida en el Dall’Ara, la del centro bombeado desde la banda que no producía nada.
Desde los ojos de Bayindir, que solo tuvo que intervenir ante disparos carentes de mordiente o telegramas desde los carriles que había que recibir con las dos manos en alto, se pudo contemplar de cerca cómo Mateo Retegui desperdiciaba algunas ventanas para anotarle. Las dos más evidentes fueron un saque de esquina que se paseó por delante de la meta y a escasos centímetros del interior de su pie derecho, con el que trataba de rematar, y una chilena que conoció el cielo de Bolonia.
En esta postrera intentona, el ‘9’ se llenó de balón viendo cómo Çelik, con varios segundos por delante para planear su despeje, daba un par de pasos adelante en lugar de cubrir a su par. Este, lejos de apostar por un testarazo fácil de dirigir, cargó la pierna derecha y se elevó en forma de tijera. De haber visto puerta, quizás el ánimo, el ambiente y el cauce del partido habría sido distinto, pero se abocó al ‘cerocerazo’ y lo consumó.
Fuente Besoccer / foto X