El poeta Juan Gonzalo Rose conversa unos minutos con el legendario maestro del cine Federico Fellini, director de obras maestras como «La Strada», «8 1/2», «La dolce vita», «Bocaccio 70», «Satyricon», etc. El encuentro fue en 1965, cuando el cineasta se encontraba en plena grabación de «Julieta de los espíritus», su primer largometraje a color.
Salimos de la oscuridad de las humaredas, de la casa fantasmal, hacia la luz. Es decir, salimos del «set» hacia el jardín y nos sentamos en torno de una mesita que cojeaba en el césped. Sé que cuento con pocos minutos para la charla y trato de aprovecharlos.
– ¿Cuáles es la diferencia entre el neorealismo italiano y el neorealismo suyo?- le digo.
Sin sacar las manos de sus enormes bolsillos me responde:
– El neorealismo italiano surgió y se nutrió de una atmósfera excepcional: la postguerra. Luego, esa atmósfera, esa realidad, fue aplastada, normalizada. Se hizo entonces necesario crear. El documento había quedado atrás. Los nuevos esfuerzos, el mío al menos, se dirigieron a la urgencia de crear un neorealismo. La intención genérica continúa siendo la misma: expresar la realidad; pero ampliando el punto de mira, a fin de captar «realmente» esa realidad. Es decir, no limitarse únicamente a la realidad social, sino también expresar la realidad espiritual, la realidad metafísica, toda la complejidad del hombre en su circunstancia contemporánea. En el neorealismo mágico, por así llamarlo, pese a su juventud, no existía el hombre como una aventura individual. Y el hombre es para mí, ante todo, una aventura individual. He sido neorealista, soy neorealista y continuará siéndolo, pero a mi modo. Para mí, el cine debe buscar lo humano no en una sola dirección, sino en todas las direcciones.
Dios: el personaje invisible
Conforme hablaba, han ido apareciendo las manos de Fellini. Las ha movido en el aire o las ha reposado nerviosamente en su rostro de profeta sombrío.
– ¿Qué relación existe entre sus películas y su sentimiento religioso?- le pregunto.
Su respuesta no demora:
– Una relación directa. Toda búsqueda que realiza un hombre sobre sí mismo, sobre sus relaciones con los demás o sobre el sentido de la vida en general, es un búsqueda espiritual y, por tanto, una búsqueda religiosa. Un filme, o cualquier otra obra de arte, nos entrega necesariamente la convicción religiosa de su autor, o su falta de convicción. En ambos casos Dios es el personaje invisible, pero presente. No piense usted, por lo que acabo de decirle, que soy un creyente a perpetuidad. Por ahora yo sólo creo en Dios en mis momentos difíciles, cuando me enfrento a lo adverso avasallante. Confío en que, algún día, aprenderé el arte de pensar en Dios; incluso cuando me encuentre feliz o despreocupado. Me consuela saber que la verdadera condición humana con respecto a Dios no es la certidumbre sino la duda. Hasta el Papa reza diariamente para que su fe no se debilite.
El Perú, Julieta y él
Me parece interesante interrogar al cineasta que ha ganado tres veces el Oscar y los más importantes premios cinematográficos europeos respecto a un asunto concreto y que nos atañe:
– ¿Que aconsejaría a los jóvenes peruanos que desean hoy hacer cine?
El hombre del abrigo negro se pone serio y se lleva la mano a la barbilla:
– Les aconsejaría, ante todo, que se pregunten si tienen algo nuevo que decir, o algo viejo que debe decirse de una manera nueva. Me imagino que sí. Pienso en el Perú como un país fabuloso. En segundo término que lo digan de manera sencilla, de acuerdo a los medios que dispongan. Me imagino que no deben ser muchos…
Como Fellini se halla filmando mientras lo entrevisto, su última película, cuyo título es Julieta de los espíritus, le pido que me hable sobre ella.
– El filme es la historia de una mujer cualquiera, de una mujer traicionada. Al sentir rota su serenidad, busca una explicación. La pide a los espíritus, a los hechiceros y hasta a los policías. Nadie puede darle nada, nadie le da nada. La respuesta se halla sólo en sí misma, en su propia infancia maravillosa como toda infancia, en su propio candor. Cuando Julieta se descubre a sí misma se hace fuerte y serena; ya nada podrá privarla de esa maravillosa sensación, mezcla de pureza y curiosidad, que los niños experimentan en cada despertar.
WSV