Hace solo cinco meses, Alberto Fernández no entraba en las quinielas del poder en Argentina. Abogado y político desde su juventud, todo cambió cuando la otrora poderosa presidenta Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) lo eligió para echar a Mauricio Macri de la Casa Rosada.
Hoy, con el 47,96 % de los votos, lo ha conseguido.
Ex jefe del Gabinete de Ministros del fallecido Néstor Kirchner (2003-2007) y de los primeros meses del Gobierno de su viuda, Alberto estuvo fuera de la primera línea de la política durante años, hasta que en mayo pasado llegó el bombazo: la expresidenta lo anunciaba como su candidato a la Presidencia, con ella como segunda.
«Ella pensó que yo podía ser más útil en la construcción de consensos», explicó entonces el elegido, quien, en medio de fuertes desavenencias, se había desvinculado de los Kirchner en 2008.
Aunque el triunfo no se confirmó hasta hoy, este peronista, nacido en Buenos Aires hace 60 años, ya era considerado por muchos el sucesor de Macri desde que el 11 de agosto fuera el candidato más votado en las primarias, superando por 16 puntos al actual presidente, a quien le ha pasado factura la maltrecha situación económica del país, en recesión desde 2018.
Nacido de la relación entre Celia Pérez -hermana del fotógrafo personal del expresidente Juan Domingo Perón– y su primer esposo, Alberto siempre consideró su verdadero padre al segundo, el juez Carlos Pelagio Galíndez, hijo de un senador provincial de la Unión Cívica Radical, histórico partido adversario del peronismo.
Atraído por la política desde los 14 años, Fernández cursó la primaria en dos centros diferentes e hizo la secundaria en el colegio público Mariano Moreno, donde fue delegado de la Unión de Estudiantes Secundarios, de tendencia peronista.
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Ya a principios de los 80 se tituló en Derecho por la Universidad de Buenos Aires, y con la última dictadura (1976-1983) agonizando, llegó a liderar la juventud del Partido Nacionalista Constitucional, fundado por el derechista Alberto Asseff.
A mitad de esa década, con Raúl Alfonsín como primer presidente de la actual democracia, fue designado subdirector General de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía y, cuatro años después, el Gobierno del peronista Carlos Menem le nombró superintendente de Seguros de la Nación, puesto que ocupó hasta 1995.
También fue presidente de la Asociación de Superintendentes de Seguros de América Latina.
Ya distanciado de Menem, Fernández, que se desempeña desde hace años como profesor universitario, inició el siglo XXI como diputado en Buenos Aires y fue uno de los primeros dirigentes de la capital que se acercaron a Kirchner, quien desde 1991 era gobernador de la sureña provincia de Santa Cruz.
No obstante, Alberto, amante de tocar la guitarra, formó parte del «Grupo de Calafate», llamado como esa ciudad santacruceña, que tuvo como fin apoyar primero la candidatura presidencial del también peronista Eduardo Duhalde y más tarde la de Kirchner.
Pero la crisis económica y social del ‘corralito’ de 2001 -la peor que ha vivido Argentina– propició la renuncia del radical Fernando de la Rúa y llevó a Duhalde a ocupar la jefatura de Estado de forma provisional, hasta que en 2003 llamó a elecciones y Kirchner, que había confiado en Fernández la jefatura de su campaña, acabó ocupando la Casa Rosada.
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«Quizás no lo recuerdes, pero junto a Néstor Kirchner ayudé a sacar al país de la crisis», comenzó narrando Fernández, hincha de Argentinos Juniors y fan de Bob Dylan, en su primer anuncio de este año.
En esa primera etapa kirchnerista, clave fue su participación en las negociaciones para cancelar en 2005 la deuda de casi 10.000 millones de dólares que el país arrastraba con el Fondo Monetario Internacional, organismo al que ahora, en su nueva gestión, que comenzará el 10 de diciembre, se enfrentará de nuevo, pero esta vez para pagar 56.300 millones de dólares del préstamo adquirido por Macri en 2018.
El fin de la idílica relación de Fernández con los Kirchner llegó en julio de 2008, ya con Cristina en el poder, cuando Alberto renunció al cargo tras el conflicto que durante varios meses enfrentó a productores agropecuarios con el Ejecutivo por el incremento de varios impuestos agrarios.
Esto desgastó profundamente su figura y puso en evidencia sus problemas con el matrimonio presidencial.
«Yo no me fui del Gobierno, a mí me echaron», «no me voy a callar su mal manejo de la economía» y «el peronismo fue progresista con Kirchner y patético con Cristina» fueron algunas de las lindezas que lanzó hacia la gestión de su vieja amiga, que se quedó viuda en 2010.
Pero tras años de distanciamiento, hace unos meses los Fernández volvieron a caminar a la par: «Nos pasó lo que a muchos argentinos, que un día la política nos dividió. Esos años de distanciamiento creo que ni ella ni yo estuvimos contentos», llegó a reconocer el ahora flamante ganador.
Aún hoy se desconoce el peso real que tendrá la expresidenta -procesada en múltiples causas por presunta corrupción- en el nuevo Gobierno de Fernández, a quien diversas voces de la oposición acusan de ser el títere de ella.
«Cristina piensa que soy muy conciliador, y es cierto. Pero cuando es necesario, sé poner las cosas en su lugar», asevera un Alberto que reconoce que su mentora dejó «tres problemas»: déficit fiscal, inflación y las duras restricciones para la compra de dólares.
El líder del Frente de Todos, que devuelve el peronismo a la Casa Rosada tras la derrota de 2015, llega convencido de que puede cambiar el país que deja Macri, marcado por un alto endeudamiento e inflación, caída del consumo y aumento del desempleo y la pobreza. EFE