Lejos de pertenecer a ninguna de las dos orillas atlánticas, el escritor peruano Fernando Iwasaki se considera a sí mismo un «autor fronterizo», un hispanohablante entre Perú y España, entre la región española de Andalucía (sur) y América o Lima y la ciudad andaluza de Sevilla.
Son lugares en los que ha aprendido a disfrutar de las riquezas del idioma desde el presente al Siglo de Oro español, que alumbró el castellano de América, sin olvidar la huella que el andaluz (dialecto) dejó también en las hablas hispanoamericanas, según explica a varios medios en la ciudad española de Barcelona.
En esa indagación se topa con los curiosos orígenes de las palabras chévere, guayabera, jamacuco, chicha, fandango, pachamanca o polla.
En el libro «Las palabras primas» (Páginas de Espuma), ganadora del IX Premio Málaga de Ensayo, y que acaba de publicar, Iwasaki habla desde el espacio que ocupa en el castellano de América y el castellano de España, donde vive desde hace 33 años, y «la perplejidad que provoca hablar una lengua que es la misma de España, aunque no es igual a la de América Latina«.
Constata Iwasaki que en Latinoamérica los narradores escriben también ensayo, mientras que en España se sienten más atraídos por la poesía.
Reivindica la «oralidad» de los ensayos y recuerda que, por ejemplo, «el Borges oral era casi mágico y esa oralidad está también presente en conferencias de (los españoles) Jardiel Poncela o de Gómez de la Serna, o en los narradores que aparecen en ‘La muerte de Artemio Cruz’ de Carlos Fuentes, en ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo, o en algunas novelas de Vargas Llosa«.
Los ensayos de Iwasaki constituyen, en su opinión, «una suerte de autobiografía, pues todos los textos reunidos guardan coherencia, y tratan temas sobre los que siempre vuelves, sean los libros antiguos, el rescate de libros olvidados o el fútbol».
Iwasaki atribuye esa tendencia mayoritaria de los escritores latinoamericanos a dejarse querer por el ensayo, además de la narrativa, a que «en España, más desarrollada económicamente, se puede vivir de los alrededores de la literatura (la prensa, el columnismo o las tertulias)».
Sobre el origen de las palabras, Iwasaki evoca la razón de por qué en España -excepto en las regiones de Andalucía y Canarias– a las patatas no se las llama papas, como en América, de donde provienen.
Es un largo camino que comienza con el pirata inglés Francis Drake, continúa con los soldados británicos, posteriormente los alemanes, los franceses, que dignificaron gastronómicamente el producto denominándolo «pomme de terre», y que acabó en España con la invasión francesa del siglo XIX.
Esa ‘contaminación’ de la lengua también se produjo dentro de la Península Ibérica, pues el castellano tiene numerosas palabras de origen catalán como reloj, clavel, falda, sastre, muelle, cordel, retrete, chuleta, burdel, torta, prensa, papel, buque, crisol o peseta.
Sobre el japonés, que nunca llegó a hablar, comenta: «Quizá mi lengua paterna se marchitó para que floreciera mejor mi español». EFE