MADRID (España).- Los grandes avances en el tratamiento del cáncer tienen en algunas ocasiones un «peaje» en forma de efectos adversos importantes, como la cardiotoxicidad. Ahora, un grupo de científicos españoles ha identificado un marcador muy precoz de daño cardíaco en pacientes tratados con una familia de fármacos comunes.
La investigación se ha hecho con un modelo porcino y se publica en la revista JACC (Journal of the American College of Cardiology), en un artículo que lidera el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) en colaboración con la empresa Philips.
Según sus autores, los hallazgos servirán en un futuro para lograr el diagnóstico temprano de la cardiotoxicidad asociada al uso de antraciclinas, un grupo de quimioterápicos ampliamente utilizados para tratar distintos cánceres, como linfomas, leucemia o mama.
Y es que, hasta un 25% de pacientes que recibe tratamiento con algunos de estos fármacos desarrolla algún grado de toxicidad miocárdica, que puede llegar a ser muy grave y condenar al superviviente del cáncer a insuficiencia cardíaca crónica o, incluso, a fallecer por esta complicación, según el CNIC.
Los investigadores, para hacer sus experimentos, desarrollaron un modelo porcino nuevo de cardiotoxicidad inducida por las antraciclinas, en concreto, doxorrubucina; el cerdo es el animal de experimentación cuyo corazón tiene más similitudes con el humano.
Después de su administración intracoronaria a dosis crecientes durante 10 semanas, los científicos lograron identificar que el primer parámetro alterado en los cerdos fue «T2 mapping».
Se trata de un biomarcador de imagen que se adquiere por resonancia magnética y con el que se puede medir la cantidad de agua que tienen dentro las células del corazón, detalló a Efe Borja Ibáñez, director de investigación clínica del CNIC y coordinador del estudio.
Esta alteración indica que existe edema -acumulación de agua- y este se produce porque la doxorrubicina empieza a dañar a las mitocondrias dentro de los cardiomiocitos -células musculares encargadas de bombardear la sangre-, explicó por su parte Carlos Galán-Arriola, del CNIC y primer autor del artículo.
La doxorrubicina y el resto de medicamentos de la familia de las antraciclinas dañan por tanto las mitocondrias, las «centrales energéticas» de las células cardíacas y un daño permanente en estas produce una disfunción grave e irreversible del músculo cardíaco.
«Hoy en día cuando diagnosticamos un paciente con este tipo de cardiotoxicidad, en la mayoría de los casos ya es muy tarde y hay daño estructural en el corazón, por eso es importante este trabajo», resumió a Efe Ibáñez.
«Abre la posibilidad de poder identificar la cardiotoxicidad antes incluso de que aparezca cualquier alteración en la contractilidad del corazón».
Así, el hecho de disponer de este parámetro precoz, podría permitir identificar qué pacientes toleran bien el tratamiento con antraciclinas y en el caso de recaída volver a usar esta familia de fármacos a las dosis altas eficientes.
Por el contrario -añadió-, «si un paciente desarrolla este marcador con menos dosis acumulada de antraciclinas, se puede aplicar un tratamiento cardioprotector preventivo o, incluso, modificar la pauta quimioterápica».
Sin embargo, en la actualidad, no hay fármacos específicos que eviten la toxicidad del corazón y este es uno de los objetivos del equipo de Ibáñez.
No obstante, primero tiene que comprobar en humanos lo identificado ahora en animales: para ello, en colaboración con la Fundación Jiménez Díaz, los investigadores han iniciado un ensayo clínico. Este verano reclutarán al primer paciente con linfoma, con el objetivo de llegar a los cien.
El siguiente paso, si todo sale bien, será el de indagar en terapias preventivas contra la cardiotoxicidad; el proyecto Matrix, por el que Ibáñez acaba de recibir dos millones de euros (2.2 millones de dólares) del Consejo Europeo de Investigación, intentará desarrollarlas.
Para ello, explorará, entre otras cosas, la posibilidad de realizar autotrasplante de mitocondrias sanas para reemplazar las que se dañan por culpa de los fármacos contra el cáncer; esto nunca se había hecho antes y sería un «cambio de paradigma» en el tratamiento de enfermedades del corazón, concluyó Ibáñez.
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