El periodista César Hildebrandt hace un análisis de la situación política del país. A continuación transcribimos el texto de su columna Matices, publicada en el semanario Hildebrandt en sus trece.
Desinvitan a Maduro porque es un dictador.
Es cierto: Maduro es un dictador.
¿Pero hay en el Perú una democracia?
Veamos: la democracia en el Perú consiste en votar cada cinco años por un señor que hará estrictamente lo que le manden quienes cortan el jamón.
No sólo eso: la democracia en el Perú se sostiene en los cimientos ideológicos de un modelo económico inmutable y un debate político cancelado.
La del Perú es una democracia con bancos concentrados, prensa oligopólica, periodismo coralmente domesticado y partitura económica con un solo movimiento.
La gente vota por el cambio y recibe fraude.
El pueblo se decide por mejorar las cosas y la variedad de alternativas y lo que le dan es siempre más de lo mismo.
¿Gobierna el pueblo en el Perú?
No me hagan reír. Gobiernan los tiburones. El lornaje obedece. Las pirañas guardan las espaldas de los tiburones. El mar peruano es el reinado de los depredadores.
Y cada cinco años hay un simulacro de soberanía popular: el futuro diferente, el no shock, la honradez y la tecnología, el cholo que hablaba con los Apus, el picabolsos que prometía un cambio sin sobresaltos, el pelón que nos alejaría de la mafia. Toda una farsa.
¿Que Maduro puede venir a contaminar la democracia de las Américas?
No me hagan reír otra vez.
¿Cuál democracia? ¿La de Honduras? ¿La de Guatemala? ¿La de Cuba? ¿La del Brasil de Temer? ¿La de Bolivia del pegajoso Morales? ¿La de Nicaragua del promiscuo exsandinista Ortega?
¿O la del Perú, esa democracia en la que los partidos políticos más organizados defienden a asesinos que mataron a prisioneros rendidos en Lurigancho y El Frontón?
¿Qué democracia de pacotilla es la del Perú?
El Congreso, dominado por un viejo lumpen populista, quiere disolver-disolver al Tribunal Constitucional por haber sostenido que matar a cientos de individuos que ya no eran una amenaza es un crimen de lesa humanidad. ¿Y entonces, qué fue aquello? ¿Fue la masacre de un loco, la hechura de un asesino en serie?
No. Se trató de la orden de un presidente homicida y del cumplimiento de esa orden por parte de unas Fuerzas Armadas indignas de llevar el uniforme de Grau, Bolognesi y Cáceres.
Y ahora muchos quieren, desde el Congreso y el Ejecutivo, que salgamos del sistema jurídico supranacional de San José. O sea que quieren hacer lo mismo que Maduro. Y quieren imitar a Maduro para proteger a Alan García y asegurarse la impunidad en el Ministerio Público para blindar a Keiko Fujimori.
¿Qué fueros democráticos defiende el Perú?
Examinemos: se trata del país –el nuestro– que festejó el golpe de Estado de 1992, que aplaudió la traición fujimorista, que justificó en masa los crímenes de los militares, que exclamó “¡bien muertos!” cuando se descubrió cómo habían sido asesinados los detenidos de La Cantuta. Es el viejo país que dejó sin castigo a Echenique, que reivindicó a Piérola y a los Prado, que reeligió a García. El viejo país sin culpables.
Bernard Shaw decía que la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida por la elección hecha merced a una mayoría incompetente. El gran irlandés habría sido más drástico de haber vivido en el Perú. Aquí hemos asistido a la destrucción de las instituciones ante el contento popular.
Hay una profunda farsa fundacional en mi país. Llamamos filósofo a Javier Prado, alguien que no alcanzaría ni para asistente de cátedra en una universidad del primer mundo. Ocultamos las miserias de nuestra historia porque vivimos del mito de que fuimos decisivos en la historia de América. Y hablamos de democracia cuando nos han enjaulado en el marco de un modelo impuesto por el FMI y el Banco Mundial.
Y entonces viene el monigote Tillerson y da la orden: Trump no viene a Lima si Maduro asiste. La canciller, que sería la mecanógrafa de Carlos García Bedoya o el ama de llaves de Raúl Porras, obedece. Y obedece mister Kuczynski, el hombre que también rompe las relaciones que no teníamos con Corea del Norte.
Damos pena. Y un poco de náusea.
Como en la Guerra del Pacífico, que perdimos gracias a nuestras clases dominantes, seguimos creyendo que Estados Unidos nos salvará. Que eso piense el ciudadano estadounidense de apellido Kuczynski resulta explicable. Que piense lo mismo el peruano de a pie, empobrecido por la parálisis económica de este régimen desaparecido, es patético.
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