Hildebrandt: Yoshiyama es el Himalaya del fujimorismo mentiroso

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César Hildebrandt describe con su inigualable pluma las mentiras del fujimorismo a través de los años, desde la aparición de Alberto Fujimori hasta la burda justificación de Jaime Yoshiyama sobre los aportes ilegales e la campaña presidencial. Así lo describe en su columna Matices del semanario «Hildebrandt en sus trece».

¿Qué haríamos sin la mentira?

El arte es una gran mentira.

Mentira es la mujer que Leonardo nos impuso como modelo del fuego que arde discretamente.

Mentira es la señora Bovary contrayendo el color violáceo de la agonía emponzoñada. Mentiras son los soldados de Mailer en “Los desnudos y los muertos”. Mentiras son los personajes de Dos Passos, los azules de Kandinsky, las gloriosas pesadumbres de Bach.

Mentira es casi todo lo que vale la pena en este mundo.

Mentiras son la fe de las religiones, la esperanza de vida extraterrestre en las cercanías de la piedra gigante que habitamos, la teoría del progreso.

Pero, claro, hay otro tipo de mentiras.

También se basan en mentiras el racismo, los desmanes del nacionalismo, las guerras, el derecho de conquista, los destinos manifiestos, el desprecio hacia los diferentes, las autobiografías, los pronósticos del psiquismo, las promesas entusiastas, el poder en todas sus manifestaciones, los delirios del optimismo. Y son mentiras, igualmente, los paraísos, las treguas, los demonios.

Mentira es el José Antonio de Chabuca y mentira, de las gordas, es decir que el Perú es más grande que sus problemas. Lluvia de mentira es la garúa y nación de mentira es este archipiélago de intereses que no podemos dejar de ser.

Ahora bien, en relación a este tema ¿quién es Jaime Yoshiyama Tanaka?

La respuesta no es complicada: Jaime Yoshiyama Tanaka es la culminación de un largo camino empezado en 1989 por un hombre modesto y ambicioso llamado Alberto Fujimori Fujimori.

El señor Fujimori empezó su carrera política diciendo que no haría jamás la política de ajustes que su rival, Mario Vargas Llosa, había prometido. Cuando llegó al poder, el señor Fujimori hizo lo que Vargas Llosa había prometido y, encima, cerró el Congreso, se apropió de las instituciones que podían contrarrestar su dictadura y produjo una Constitución fraudulenta que convirtió en inamovibles las medidas ultraliberales adoptadas.

Fujimori nos regaló las mentiras más inolvidables de la pequeña historia republicana del Perú.

¿Cómo olvidar las mentiras en torno al Congreso que lo boicoteaba y que era un obstáculo, cuando la verdad es que la oposición parlamentaria aprobó el 90% de las reformas propuestas por el Ejecutivo antes del golpe de Estado?

¿Cómo no recordar las mentiras del bacalao tóxico, de la Virgen lacrimosa, de la inocencia de aquellos familiares que robaban donaciones japonesas, del “buen trato” que recibía la señora Higuchi en Palacio, del Grupo Colina que mataba por su cuenta y a espaldas del presidente que todo lo controlaba, de la guerra perdida del Cenepa que Fujimori transformó en victoria de papel, del combate al narcotráfico que terminó en las acusaciones de alias Vaticano, de la impertérrita “inocencia de Vladimiro Montesinos”, de las armas vendidas a las FARC, de la prensa chicha que calumniaba sin que Fujimori lo supiera, de los congresistas que se vendían a la bancada oficial sin que Fujimori se enterara, del fraude de la ONPE secuestrada que torcía las cifras del año 2000 sin que Fujimori lo sospechara, de la búsqueda fingida de Montesinos cuando lo que se quería era encontrar los videos comprometedores, del edecán que se hizo pasar por fiscal, del viaje a Brunéi que se extendió a Tokio, de la renuncia por fax? ¿Cómo no recordar ese Océano Pacífico de mentiras salidas de una sola boca?

Alberto Fujimori era un homenaje a la mentira.

Tiene ahora ochenta años. Y no parece fatigado. Su indulto fue la penúltima de las mentiras que le conciernen. La última está por verse. Siempre será capaz de sorprendernos.

¿Y Yoshiyama Tanaka?

Yoshiyama piensa en grande. Es el Himalaya del fujimorismo mentiroso. Parece inspirarse en Shigeru Honjo, el general japonés que, sorpresivamente, empezó la invasión de Manchuria, operación que terminaría en la república títere de Manchukuo. Yoshiyama se nutre seguramente del general Iwane Matsui, que comandó las tropas del Japón imperial en Nankín en 1937 y que hasta el último de sus suspiros sostuvo que en esa ciudad china no se masacró a ningún civil.

Yoshiyama llama a los muertos de testigos y solicita a los fiscales preguntar en los cementerios y a su abogado confirmar esos testimonios entre velas, mesas sin clavos y pases de ultratumba. Yoshiyama es el Bretón de la truchería, el Apollinaire del embeleco, el Tristan Tzara del cuento.

Yoshiyama-san es extraordinario y ha logrado, contra todo pronóstico, superar a su maestro. Es, desde ahora, el albacea moral de Alberto Fujimori y el caudillo inexorable de Fuerza Popular. Ha hecho méritos más que suficientes.

El verdugo de Kuczynski es el fujimorismo pútrido que ya nos asoló

 

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