Si en los días pasados Röszke era un hormigueo continuo de refugiados llegados de Oriente Medio que alcanzaban Hungría siguiendo unas vías de tren, hoy el lugar estaba vacío a excepción de los numerosos policías y militares que lo patrullaban.
El Ejército húngaro cerró ayer el espacio que quedaba abierto en la valla contra refugiados -por el trazado de las vías férreas- con un oxidado vagón erizado de concertinas que hace las veces de portón móvil y que parece sacado de alguna película posapocalíptica.
Pequeños grupos de refugiados continuaban llegando al lado serbio de la frontera, para luego maldecir su suerte al ver la valla y marcharse en busca de algún lugar por donde poder cruzar.
A lo largo de la alambrada se podían ver algunos cortes abiertos con tenazas, en lo que parecía un intento de cruzar la frontera, y reparados con un remiendo de alambre.
La policía informó hoy de la detención de 16 refugiados desde que esta medianoche entró en vigor la nueva legislación que impone penas de cárcel a quien entren en el país de forma ilegal.
Los detenidos habían sido sorprendidos tratando de hacer cortes en la alambrada, algo castigado con hasta cinco años de cárcel por el agravante de dañar la malla de alambre.
Las primeras sentencias, por procedimiento abreviado, serán sólo condicionales y conllevarán la expulsión del detenido del país, según la televisión pública M1.
En caso de que se le detenga de nuevo intentando entrar en el país de forma ilegal, sí se ejecutaría la pena de prisión.
Mientras que el cierre físico de la frontera mediante la valla y unas leyes que criminalizan la inmigración ilegal han frenado las llegadas, quienes decidan solicitar asilo en Hungría se enfrentan a un proceso cargado de incógnitas.
EFE