César Hildebrandt entrevistó al poeta Juan Gonzalo Rose tres años antes de su muerte, cuando ya se había adentrado en una actitud crepuscular, sin dinero, afectado por distintas dolencias y completamente apartado del mundo. Sin embargo, se permitió regresar por lo andado y hablar de su vida y de su poesía.
La entrevista fue publicado por la revista Caretas, en su edición
del 10 de marzo de 1980.
–Usted ha dicho, desgarradoramente, que las fuerzas creadoras lo han abandonado, pero que todavía espera un milagro.
–Es una manera de expresar una esperanza, dictada sobre todo por el sentimiento. Porque, racionalmente, yo me doy cuenta de que mis posibilidades de creación están agotadas.
–Yo me he preguntado muchas veces, Juan Gonzalo, qué fue lo que lo quebró. En un poema de Las comarcas usted dice: «Pero el gran desamor, sólo noches oscuras acarrea…». ¿Fue eso? ¿Fue la soledad?
–Sí, en parte… Pero hay otros factores. En primer lugar, naturalmente, el tiempo: tengo 52 años. Luego, esa soledad a la que nos hemos referido y que en mi caso es muy especial… Porque desde hace cuatro años yo padezco de depresión. Esta depresión me conduce a encerrarme en mi cuarto, y pasan semanas y semanas y yo no converso con nadie. De tal modo que, faltándome la experiencia, no hay material para la creación. Toda creación se nutre de vivencias…
–El país, Juan Gonzalo, nuestra realidad, ¿tienen que ver con su tristeza?
–Creo que es posible. Sin duda el clima político influye.
–No sólo el clima político. Me refería al maltrato sistemático que este país administra a sus poetas, a sus músicos, a lo mejor de su gente en muchos casos…
–Sí, el sentirse no estimulado, el sentirse siempre prescindible, esta especia de ofensiva muchas veces silenciosa, tienen que ver con mi depresión pero también influyen otros factores. Por ejemplo, el doctor Mariátegui me decía que a mí me hace mucho daño no tener ninguna seguridad económica. Esto es cierto… He llegado a la edad que he llegado y yo vivo mantenido por mi madre… Mi madre me da techo y comida, pero a eso no se puede reducir la existencia. De tal manera que me ayudo con esporádicos artículos periodísticos… Y mi madre ya es una mujer que ya tiene sus 80 años. Desgraciadamente, no va a ser muy largo el plazo de su vida…
–¿Usted fue despedido del Instituto Nacional de Cultura, ¿verdad?
–Sí.
–¿Durante la gestión del señor Abril de Vivero?
–Así es.
–¿Por qué lo despidieron?
–No me dieron ninguna explicación.
–¿Cuánto ganaba?
–Diez mil soles.
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–Usted ha nombrado el insomnio de varias maneras en su poesía: los embarcaderos del insomnio, las candelas azules del insomnio, las altas guaridas del insomnio. ¿Sigue siendo, ahora, un malestar?
–En la actualidad tomo pastillas para dormir… Me surten algún efecto… Pero hace tres meses que sufro de un dolor muy agudo a los pies. Es una neuritis… Yo quisiera aprovechar esto para manifestar mi gratitud a algunas personas como Tania Libertad, y a su esposo, el poeta Francisco García, que me está pagando un tratamiento de acupuntura… También quiero agradecer a Chabuca Granda, que me está ayudando mucho moral y materialmente…
–Todos quienes han seguido su itinerario poético han observado el paso de esa poesía social y militante de sus comienzos a la poesía confesional y padecida de su época madura. ¿Recuerda cuando escribió: «continúa el partido su vigilia cual un hermano pensativo y grande…»
–Sí. Recuerdo…
–Me pregunto si el gesto de haber dejado creencias y partido en el camino no tiene que ver con su melancolía…
–Yo creo que sí. Como usted sabe, en mi juventud yo adopté una posición política de combate…
–¡Por qué la abandonó?
–Lo que motivó mi incursión a la política fue, más bien, un espíritu romántico… En realidad, nunca me atrajo la vida partidaria, que suele ser burocrática…
–¿Usted fue comunista, verdad?
–Sí.
–Y antes había sido aprista…
–Bueno, eso no. Lo que pasa es que fui elegido miembro de la Federación de Estudiantes del Perú con votos apristas. Pero no milité en el APRA…
–¿Es definitivamente cierto aquello de que Haya le dijo alguna vez: «Usted fue aprista» y usted le respondió: «Y usted también…»? Creo que ocurrió en México, ¿o me equivoco?
–Ocurrió en Lima, en el local de Alfonso Ugarte…
–¿Y cómo reaccionó Haya?
–Comenzó a hablar de otra cosa, un poco molesto… Haya no tenía mucho sentido del humor. Yo lo traté en cuatro o cinco oportunidades…
–¿Qué recuerdos conserva de él?
–Desde lejos, visto desde la perspectiva de los mítines, exhibía otro tipo de virtudes. Pero, de cerca, en una conversación, transmitía una imagen de bondad… Claro que no era el gran conversador que dicen. No suscitaba el diálogo. Era, más bien, monologante. Y nunca hablamos de política. El tema principal de estas charlas, a las que me introdujo Carlos Tosi, era una cuestión esotérica…
–¿Qué era aquello?
–Haya vivía obsedido por la existencia del alma. Él decía que el alma no abandona al cuerpo una vez producida la muerte sino que ella subsiste, teniendo conciencia de identidad, durante un tiempo, que puede ser corto o largo – y esto depende de la densidad del alma –. Y decía que hay almas que demoran mucho en percibir que ya no tienen identidad y que cuando adquieren esta conciencia de su no identidad recién es que se disuelven del todo… Al principio me pareció que Haya hacía de esto un tema atractivo de conversación, pero después me convencí de que él pensaba seriamente en estas cosas. Contaba mucho de su viaje por el Tíbet y, en realidad, estaba fascinado por todas esas cuestiones esotéricas…
–Usted se afirma hoy como cristiano, pero hay en su poesía palabras tan duras contra esta eclesiástica herencia española y, si no me equivoco, en algún poema, usted imagino la posibilidad de una catedral hecha para los que no oyeron… ¿Qué clase de refugio es el cristianismo?
–Es difícil creerlo… Uno puede, a la edad que tengo, ser víctima de espejismos… No creo, sin embargo, que el cristianismo sea sólo como la tabla de salvación de un náufrago. Es algo más sereno… Alguna vez yo le hice para Caretas, precisamente, una entrevista a Fellini y le pregunté respecto a Dios y él me dijo que la condición natural del hombre frente a Dios es la duda. Así es. El cristianismo tiene momentos de vacilación. No es la fe del carbonero…
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–Hablemos algo de su poesía. ¿Por qué desestimó a La luz armada del tomo de su poesía completa? ¿Le pareció una poesía social demasiado fácil?
–Muy ingenua, sumamente ingenua…
–Y usted suele ser desleal con esa ingenuidad que algunos estimamos… Usted depuró aquel poema Las cartas secuestradas, que ahora tiene, por eso, dos versiones. ¿Por qué lo hizo?
–Creo que sólo he cambiado las líneas finales. En la antigua versión, decía: «también de palomar se muere un hombre cuando sabe vivir por una carta…»
–¿Por qué lo cambió?
–Porque me parecía un poco cursi…
–Quizá sea usted el único poeta de su importancia que pueda hablar con tanta irreverencia de su propia obra. ¿Ha escrito otras cosas que ahora considere cursi?
–Parte de Las comarcas tiene mucho de cursilería. Hay una exuberancia verbal que no me gusta…
–En un hermoso programa hecho para la televisión, y por supuesto hostilizado por algunos comerciantes, Tania Libertad le pregunta a usted quién fue Marisel. Y usted no responde. ¿Podría responder ahora?
–Es que Marisel no es una persona concreta. Es la amada ideal que todos tenemos. No es un ser de carne y hueso…
–Pero hubo amadas de carne y hueso. Usted tuvo una hija…
–Sí. Ella vive en México.
–¿La ve?
–No. Nos hemos escrito alguna vez.
–¿Es usted, como ha escrito Mario Vargas Llosa, el hombre que trata de rescatar al niño desesperado y jubiloso que alguna vez fue?
–En algunos versos sí hay, en efecto, algo de nostalgia por la adolescencia perdida, por la niñez perdida…
–Pero quizá más que de edades podríamos hablar de inocencia…
–Exactamente…
–Porque en su poesía su infancia no aparece sino como la imagen de un chico melancólico que se internaba por ciertos arenales. Es decir, no creo que usted haya sido un niño feliz…
–Tiene usted razón…
–¿Alguna vez ha sido usted feliz, Juan Gonzalo?
–No. No he conocido lo que es la verdadera felicidad.
–¿No la buscó?
–Todos la buscamos. No he tenido la oportunidad de encontrarla.
–¿Cómo la hubiera encontrado?
–En compañía de alguien que me entendiera.
–¿Nunca llegó ese alguien?
–No.
–¿No es una visión muy deprimida?
–La verdad es que en lo amorosa nunca pude alcanzar una verdadera estabilidad. Fue mi juventud extremadamente bohemia…
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–En un poema destinado a León Felipe usted lo invoca: «si a cantar, cantador, nos enseñaste, enséñanos, varón, cómo se calla». Es hermoso que usted persista en no callar…
–Callar es en ese poema sinónimo de morir.
–Y usted tiene una relación familiar con la muerte…
–Sí, es una de mis obsesiones, una de mis obsesiones crepusculares.
–¿Alguna vez intentó matarse, Juan Gonzalo?
–Sí. Una vez… Tomé una cantidad de barbitúricos que considere que iba a ser suficiente…
–¿En qué momento de su vida ocurrió?
–Eso fue cuando trabajaba en Expreso… Vivía una gran soledad, alejado de mis padres; tenía un pequeño departamento en el edificio Ritz… Había tenido una ruptura sentimental…
–Tomaba mucho en esa época, ¿verdad?
–Bebía mucho, sí. Yo he tenido una juventud alcohólica, de la que felizmente he logrado alejarme. Fue una batalla bastante dura.
–¿Ha pensado que la dependencia emocional respecto de sus padres contribuyó a sellar su carácter, a fomentar su fragilidad?
–Sí. Yo creo que esa dependencia lo hace a uno poco inerme. Yo he tratado de librarme de esa dependencia viviendo solo cada vez que he podido, viajando…
–Comparando a la luciérnaga con el hombre, usted ha escrito: «Pues caso estimable es el bicho, que más alumbra cuanto más se muere… Y no del hombre, que se opaca a pocos y es mucho más obscuro cuando dura…». Suena terrible, la verdad…
–Sí, efectivamente: es el verso más amargo que yo he escrito en mi vida. Es un rechazo a la vejez sobre todo…
–¿Qué es lo que más rechaza de la vejez?
–Nos hace demasiado conscientes… Yo estaba acostumbrado, en mi juventud, a dejar que el azar participara de mi vida. Se pierde el sabor de la aventura. Todo es tan meditado. Se aproxima así uno a la muerte… Y conste que yo no soy una persona que piensa en la muerte como la tentación del descanso. No tengo miedo a la muerte. No voto en contra de la muerte…
–Habla usted de descansar. ¿Qué es aquello de lo que más quisiera descansar, Juan Gonzalo?
–De la monotonía en la que se ha convertido mi vida, del estar encerrado en mi cuarto… Yo soy una persona curiosa: no voy al cinema, no veo televisión, no escucho música, no leo, no escribo. Yo no sé qué hago con mi tiempo, es totalmente un vacío… Todo me molesta, me repele…
–¿Le molesta estar en este momento hablando de sí mismo como lo está haciendo?
–No… Porque es una catarsis…
–¿Teme algo de especial manera?
–Sí… Me da miedo que, de agravarse este círculo de circunstancias adversas en que me muevo… Tengo pánico de retornar al alcoholismo. Sé que sería irremediable…
–¿No le gustó el éxito alguna vez, no lo gratificó? Es decir, ¿también le disgustó el éxito?
–No me disgustó… Lo que pasa es que se produce una suerte de desdoblamiento. Pareciera que es otra persona la que recibe esos éxitos y no uno. Yo lo he sentido siempre así. Los éxitos me daban alguna satisfacción, pero yo notaba que mi verdadero animal estaba un poco distanciado de ese otro triunfador…
–¿Por qué no se aceptó un poco? ¿Por qué se combatió tanto?
–Creo que, en lo fundamental, yo me acepté a mí mismo. Lo que pasa es que no estoy conforme con el papel que me ha tocado en la comedia…
–¿Cómo definiría ese papel?
–Me hubiera gustado ser alguien más útil… Con toda sinceridad, yo siento ahora que el arte es algo totalmente inútil, que no tiene ningún sentido: la poesía, la música… Al único arte al que le sigo guardando respeto es al teatro…
–¿Pero usted cree que su poesía no sirve? ¿Usted cree que no conmueve, que no enriquece? Como lector le diría, cordialmente, que usted está diciendo una barbaridad…
–Tal vez, pero nos leen tan pocos… En un tiempo yo tomaba parte en muchos recitales. En ese tiempo sí sentí que estaba haciendo algo por los otros… Pero con los libros el contacto con la gente es nulo… Además hay otras objeciones. El poeta tiende a hablar demasiado de si mismo…
–O a ocultarse…
–O a ocultarse. Pero yo creo haber hablado bastante de mí mismo…
–Pero de varios Juan Gonzalos: del derrotado y del esperanzado, del depresivo, del eufórico…
–Mi poesía es tan heterogénea, ¿no?
–Hay mutaciones…
–Así es.
–¿En qué mutación anda ahora, Juan Gonzalo?
–Ahora estoy inmutable…
–No puedo creer que usted no conserve alguna esperanza…
–Solamente extraterrena. Aquí el mundo… no tengo ninguna esperanza. Quizá suene cursi, pero lo único que espero es la salvación de mi alma… Yo soy un cristiano convencido. Creo en la compasión de Dios…
–No cree en la de los hombres, ¿verdad?
–No.
–Me pregunto si usted sería tan triste si no hubiera conocido el exilio y la soledad. Es decir, me pregunto si su vida afectiva podría haber sido otra de no mediar algunas circunstancias…
–Indudablemente hay circunstancias que influyen mucho y aquella del exilio, es cierto, fue importante para mí. Pero yo creo, más bien, que en la semilla, que en el espíritu, está la derrota esperando. Las circunstancias trabajan una arcilla ya hecha, ya cuajada. En esa arcilla ya estaba escrita la derrota… Yo nací para ser derrotado. En mis encierros me he preguntado muchas veces por qué, pero la verdad es que no he podido nunca encontrar una respuesta…
–Creo que usted debe haber escrito estas palabras durante uno de sus encierros voluntarios: «estoy tan triste ahora que si alguien se acercase, me amaría…».
–Sí, eso pertenece a Retorno a mi cuarto. Lo escribiría de nuevo…
WSV
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