Veintiocho ediciones de los Juegos Olímpicos y 125 años de historia dan para muchas anécdotas. Algunas resultan tan insólitas que parecen mentira; pero todas ocurrieron de verdad.
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En los Juegos de Estocolmo 1912 participó un deportista entonces desconocido a quien luego inmortalizaron la guerra y el cine: George Patton, quinto en pentatlón moderno, condujo como general en jefe a las divisiones acorazadas de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.
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El cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven fue el himno germano en los Juegos de 1956, 1960 y 1964, en los que Alemania compitió con un equipo unificado pese a la división posbélica, y se mantuvo como eslabón entre el este y el oeste en la edición de México 1968, en la que las dos Alemanias ya compitieron por separado.
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El Papa Pío XI se mostró contrario a la participación de mujeres por primera vez en las pruebas de atletismo de los Juegos de Amsterdam en 1928.
La Iglesia puso especial hincapié en la carrera de los 800 metros por considerarla, además de inhumana, escasamente acorde con la condición de las mujeres. Ganó la alemana Lina Radke, pero varias mujeres se desmayaron tras la prueba y la IAAF prohibió las carreras femeninas de más de 200 metros. No regresaron hasta los Juegos de Roma 1960.
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La británica Charlotte Cooper, primera mujer campeona olímpica con su medalla de oro en tenis en París 1900, padecía una importante discapacidad física: era completamente sorda desde los 26 años. Para entonces ya había ganado dos de sus cinco títulos de Wimbledon. El oro olímpico individual, además del de dobles mixtos, los conquistó a los 30 años. (EFE)