MULEGÉ/México.- En el municipio de Mulegé, en el noroccidental estado mexicano de Baja California Sur, se fundó hace cien años un cárcel muy particular, sin puertas y con muchos privilegios para el reo, que debía regresar a prisión en la tarde, a toque de caracola.
La famosa cárcel sin puertas se edificó hace más de un siglo y se cerró más de sesenta años después en la Heroica Mulegé, una localidad que actualmente tiene unos 4.000 habitantes y que, paradójicamente, fue también construida por manos de reclusos.
A lo alto de una montaña y sobresaliendo de todas las casas del pueblo resalta la famosa cárcel sin puertas, llamada así por tener un sistema de administración y operación único en su tipo.
Como su nombre lo indica, dichas instalaciones no tenían rejas y los presos que ahí cumplían su condena tenían el privilegio de salir al pueblo con la condición de que regresarían en punto de las seis de la tarde, cuando escuchaban el sonido de la caracola.
La cárcel sin puertas fue construida con motivo de los festejos del primer siglo de la Independencia de 1810 en México, por órdenes del dictador Porfirio Díaz, quien impuso su régimen de 1876 a 1911.
Dicha obra estuvo a cargo del general Agustín Sanginés Calvillo, en ese entonces jefe político del distrito sur y norte de Baja California, según explicó a Efe el cronista e historiador especializado en la región de Baja California Luis Domínguez.
Hoy en día esta peculiar penitenciaría es un popular museo visitado sobre todo por turistas que llegan por carretera y se dirigen a otros destinos turísticos como La Paz y Los Cabos.
«Los presos menos violentos salían al pueblo a trabajar durante el día. Por lo que a su vez ayudaron al progreso y crecimiento de la Heroica Mulegé», apuntó el experto.
Domíguez señaló que incluso los reos tenían «la oportunidad de asistir a los bailes y fiestas patronales, pero, sin poder tener contacto físico con la ciudadanía».
En el pueblo, los presos realizaban labores de carpintería, mecánica, limpieza, albañilería y artesanías.
Pero sobre todo, se dedicaban a la pesca y a la ganadería.
La efectividad de este sistema recaía en que los presos eran conscientes de lo letal del desierto del sur de la Península de Baja California, de tal forma que el oasis natural que atraviesa el pueblo se convertía, de hecho, en motivo suficiente para no querer alejarse mucho de la zona.
«Cuenta la historia que solo un recluso intentó escapar, pero a los tres días y apunto de morir de deshidratación fue rescatado por el mejor jinete de la región, que también era preso de la cárcel sin puertas», contó Domínguez, a modo de anécdota.
La guía de turistas del museo, Nayhelli Murillo, comentó a Efe que este lugar recibe cada año miles de visitantes.
La cárcel es por sí sola una pieza de exhibición.
Y, adicionalmente, en sus instalaciones se muestran objetos de la vida cotidiana de los pasados habitantes de la zona, que han sido donados por ellos mismos.
Desde herramientas de caza y pesca como pedernales y puntas de flecha elaborados por los primeros pobladores de la península, hasta rifles de la Revolución mexicana.
Los turistas que recorren sus celdas le comentan a la guía turística que «no conciben que los presos no escaparan», convencidos que actualmente «este tipo de cárceles no podrían implementarse».
Este edificio es un ejemplo de la vida penitenciaria de su época.
Pero también una ‘rara avis’, un ejercicio único, pues en otros lugares de la región se intento promover dicho sistema, pero la sociedad se opuso.
Hoy en día en la Heroica Mulegé habitan los descendientes de algunos de los reclusos.
Y aunque la cárcel sin puertas ya forma parte de la historia de la región, pues cerró en la década 1970, sigue siendo muy recordada por los habitantes.
EFE/Foto: youtube.com