GUERNESEY.- Aseguraba Victor Hugo en «Notre Dame de Paris», esa obra en la que un jorobado habita los recovecos de la catedral de la capital francesa, que la arquitectura es «un pensamiento escrito en piedra».
Él mismo aplicó la receta en Guernesey, la pequeña isla anglo-normanda del Canal de la Mancha en la que vivió la mayor parte de su exilio, de 1856 a 1870, y donde tuvo una propiedad, una casa que rediseñó a su gusto y que mañana reabre al público tras varios años de restauración para devolverle el aspecto que le había dado el literato.
Junto a esas agitadas aguas del Atlántico, a las que Hugo, un republicano convencido, llegó huyendo de la tiranía de Napoleón III, recuperó la frenética actividad literaria que había descuidado durante años para consagrarse a la política.
«El mar fue una musa extraordinaria», asegura a Efe Jean-Baptiste Hugo, descendiente directo del escritor (1802-1885), que recuerda que en Guernesey acabó «Los Miserables», quizá su libro más icónico.
Pero allí también escribió otras obras maestras de una literatura eminentemente parisina que en la isla se abrió a otros horizontes. «Les travailleurs de la mer», dedicada a los pescadores locales, es la mejor prueba de esa comunión.
«Con esta casa se construyó una máquina de escribir», afirma a Efe, en sentido metafórico, Gérard Audinet, responsable de las casas del literato, la de Saint Peter Port, en Guernesey, y la histórica de la plaza de los Vosgos, en pleno corazón de París, ambas propiedad del Ayuntamiento de la capital francesa.
Gracias al dinero que le proporcionó el éxito de su libro «Les contemplations», en 1856, compró la casa y volcó en ella su pensamiento escrito en piedra, al frente de un equipo de artesanos a quien, durante años, dictó instrucciones para dar como resultado una mezcla de estilos, formas y colores que constituyen en sí mismo una obra más del genio.
«Esta casa es un camino hacia la luz», asegura a Efe Ricardo Giordano, el arquitecto que ha dirigido la restauración, basada en cientos de fotos de la época y en los propios testimonios dejados por escrito por Hugo.
El objetivo de Giordano era devolver con la máxima fidelidad posible el aspecto que le quiso dar el escritor, que, como asegura el arquitecto, persiguió introducir en la vivienda todo la paleta lumínica de la isla.
Los verdes del frondoso paisaje, los azules del mar, los pastel del sol… una miscelánea que, en la época, reconoce Audinet, «fueron considerados de mal gusto», pero salieron de la imaginación del mayor genio de las letras francesas y arroparon su genio creativo.
«No se puede conocer a Victor Hugo sin haber visitado esta casa. Representa un sueño, un poema, un lugar cálido y familiar», dice a Efe Marie Hugo, descendiente del escritor.
Destacan las dos estancias en las que más trabajó, símbolo de su búsqueda de luz: el invernadero, donde acabó «Los miserables», y el mirador del último piso, la última habitación añadida, concebida en 1861 en un intento de dominar todo el horizonte.
Allí pasó la mayor parte de aquellos años de fulgor literario, pero también de acogida de otros exiliados, de combate político contra la pena de muerte, por la libertad o en favor de la unidad de Europa.
«Victor Hugo contó la historia de Francia, pero también combatió por la libertad. Era un vanguardista. En 1867 escribió que París sería, algún día, la capital de un país que se llamaría Europa», señala a Efe la alcaldesa de la ciudad, Anne Hidalgo.
El escritor encontró un remanso de paz tras más de tres años de exilio penoso, primero en Bruselas y más tarde en la vecina isla de Jersey, al igual que Guernesey, un vestigio medieval propiedad del duque de Normandía, título que ostenta la reina de Inglaterra, por lo que la administración de esos enclaves, considerados paraísos fiscales, es británica.
Hugo quiso alejarse lo menos posible de Francia, cuyas costas normandas se avistan desde Guernesey los días claros y donde cada día añoraba regresar, pero no antes, aseguraba, de que regresara la libertad con la caída de Napoleón III.
Tras casi 19 años de exilio volvió al país que tanto amó, pero nunca abandonó su vínculo con Guernesey. Pasó tres temporadas en la isla antes de su muerte en 1885, la más larga entre 1872 y 1873, en busca de la calma necesaria para escribir la monumental «Quatrevingt-treize», considerada su última gran obra.
EFE