MADRID.- Un equipo internacional de científicos demostró que a lo largo de la evolución, nuestra especie fue seleccionando a los humanos más sociables, un proceso similar a la domesticación de animales que, además, es exclusivo del hombre moderno, no del neandertal.
La investigación, publicada este miércoles en Science Advances, confirma una teoría surgida en el XIX que sostiene que los humanos modernos (Homo sapiens) nos hemos apareado buscando unos genes determinados no solo para mejorar la especie y ser más sanos, fuertes o gráciles, sino también más dóciles y tolerantes, es decir, más «sociables».
El trabajo, coordinado por Giuseppe Testa, profesor de la Universidad de Milán y el Instituto Europeo de Oncología, y realizado por investigadores de la Universidad de Barcelona (UB) liderados por Cedric Boeckx, demuestra esta hipótesis empíricamente.
Además, los investigadores identificaron una red genética implicada en esta trayectoria evolutiva hacia la «sociabilidad» que también está relacionada con la morfología del rostro y que no se encuentra en los neandertales.
La explicación biológica de la teoría de la autodomesticación humana señalaba que su origen es un déficit migratorio de las células de la cresta neuronal, «una población de células que está en el embrión y desde donde migran células específicas para formar los órganos y las distintas partes del organismo, también en los huesos de la cara», explica a Efe el investigador de la UB y coautor del estudio, Alejandro Andirkó.
Para comprobarlo empíricamente, el equipo de Testa se centró en el síndrome de Williams, un trastorno genético poco frecuente «cuyos pacientes son personas muy naif y sociables que no detectan las amenazas sociales y que tiene una apariencia facial específica».
Este síndrome, además, se origina en el embrión, concretamente en las células de la cresta neuronal.
En la investigación, el equipo de Testa utilizó muestras de piel in vitro de pacientes con este síndrome para comprobar los efectos de un gen específico, el BAZ1B.
El estudio demostró -por primera vez en seres humanos- que los niveles bajos de este gen reducen la migración de células desde la cresta neuronal, y al revés: cuanto mayores son los niveles de este gen, mayor es la migración de células.
Tras este hallazgo, los científicos del Instituto de Sistemas Complejos de la UB analizaron si los niveles de expresión de este gen han cambiado en la evolución de nuestro linaje y los compararon con los genomas de nuestros ancestros extinguidos: los neandertales.
La búsqueda fue posible porque en la UB «tenemos un catálogo genómico de mutaciones en altísima frecuencia de todas las poblaciones actuales en comparación con los neandertales», explica el investigador de la UB.
En la comparación, los científicos vieron que los humanos tenemos una cantidad «significativa» de mutaciones en los genes afectados por BAZ1B que no se encuentran en los genomas de especies humanas extintas como los neandertales.
«Esto significa que la red genética de BAZ1B es una razón importante por la que nuestra cara es distinta comparada con la de otros antepasados ya extinguidos, como los neandertales», subraya Cedric Boeckx.
El estudio ha demostrado que «la cara del Homo sapiens es consecuencia de un déficit migratorio de las células de la cresta neuronal, tal y como predecía la explicación biológica de la teoría de la autodomesticación», concluye Andirkó.
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