En la revista «Mundial», edición del 23 de Julio de 1926, aparece un artículo de Ángela Ramos sobre José Carlos Mariátegui, que incluye un cuestionario de preguntas, a las que responde «El Amauta».
«Cuando un hombre joven llega a conquistar el afecto y la consideración de sus amigos, la simpatía de los extraños y el respeto de los que no piensan como él, es porque, incuestionablemente, ese hombre vale mucho. Tal es el caso de José Carlos Mariátegui, mozo de talento y de cultura indiscutibles, único escritor de vanguardia entre nosotros, quien tiene hoy un puesto destacado en el periodismo peruano», escribe Ángela Ramos al inicio del artículo.
Luego describe una serie de actividades a las que se dedica José Carlos Mariátegui, de su enfermedad que lo mantiene postrado en una silla de ruedas y el deseo de que sus lectores sepan algo más del ilustre peruano. A continuación se lee la entrevista a la que Ángela Ramos titula «Una encuesta a José Carlos Mariategui».
—¿Cómo cambiaron sus rumbos y aspiraciones literarias y se definieron en la forma que hoy se han definido?
—Soy poco autobiográfico. En el fondo, yo no estoy muy seguro de haber cambiado. ¿Era yo, en mi adolescencia literaria, el que los demás creían, el que yo mismo creía? Pienso que sus expresiones, sus gestos primeros no definen a un hombre en formación. Si en mi adolescencia mi actitud fue más literaria y estética que religiosa y política, no hay de qué sorprenderse. Esta es una cuestión de trayectoria y una cuestión de época. He madurado más que cambiado. Lo que existe en mí ahora, existía embrionaria y larvadamente cuando yo tenía veinte años y escribía disparates de los cuales no sé por qué la gente se acuerda todavía. En mi camino, he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma había partido desde muy temprano en busca de Dios. Soy un alma agónica como diría Unamuno. (Agonía, como Unamuno con tanta razón lo remarca, no es muerte sino lucha. Agoniza el que combate.) Hace algunos años yo habría escrito que no ambicionaba sino realizar mi personalidad. Ahora, prefiero decir que no ambiciono sino cumplir mi destino. En verdad, es decir la misma cosa. Lo que siempre me habría aterrado es traicionarme a mí mismo. Mi sinceridad es la única cosa a la que no he renunciado nunca. A todo lo demás he renunciado y renunciaré siempre sin arrepentirme. ¿Es por esto por lo que se dice que mis rumbos y aspiraciones han cambiado?
—¿Cómo hace usted para vivir al corriente de la actualidad internacional y referírnosla sin engañarse y sin engañarnos?
—Trabajar, estudiar, meditar. Alguien me ha atribuido la lectura de revistas checoeslavas y yugoeslavas. Puede usted creerme si le afirmo que mis fuentes de información son menos exóticas y que no conozco lenguas eslavas. Recibo libros, revistas, periódicos de muchas partes, no tantos como quisiera. Pero el dato no es sino dato. Yo no me fío demasiado del dato. Lo empleo como material. Me esfuerzo por llegar a la interpretación.
—¿Tiene usted comunicación directa con centros, periódicos o personas empeñadas en la labor de justicia social que preocupa a la humanidad en la hora presente?
—Soy perezoso para la correspondencia. Escribo muy pocas cartas. Pero naturalmente vivo en espontánea relación con algunas gentes del extranjero. Con núcleos y revistas de Hispanoamérica sobre todo. También con algunas gentes de Estados Unidos y Europa. Los últimos correos me han traído algunas cartas interesantes. Waldo Frank, el gran norteamericano, agradece, en un artículo mío publicado en el Boletín Bibliográfico de la Universidad de Lima, un saludo de Sudamérica. Henri Barbusse me escribe: «Más que nunca nos ocupamos de agrupar las fuerzas intelectuales internacionales. Buscamos la fórmula amplia y humana que nos permitirá apoyarnos los unos en los otros y suscitar, entre los trabajadores del espíritu, defensores del porvenir. Para esto me pondré sin duda algún día en relación con usted, pues yo pienso que usted representa en su país los elementos osados y lúcidos que hay que llegar a unir en bloque». Manuel Ugarte, comentando mi libro, me recuerda que él ha sido siempre un hombre de extrema izquierda y que «si los acontecimientos nos ponen en el trance de elegir entre Roma y Moscú», él se pronunciará resueltamente a favor de Moscú.
—¿Cree usted que el nuevo estado de espíritu a que alude Ingenieros se deja sentir entre nosotros?
—Ciertamente. Hay muchas señales de renovación espiritual e ideológica. Yo mismo no soy sino un síntoma. En Lima, en el Cuzco, en Trujillo, en la ciudad y en la aldea, existen hombres que trabajan con la mirada puesta en el porvenir. En el porvenir que será de los que sepan serle fieles. La nueva generación no es una mera frase. Y la calumnian quienes la suponen poseída por un espíritu exclusivamente destructor, iconoclasta, negativo. Al contrario, yo no puedo concebirla sino como una generación eminentemente constructiva. Y muy idealista y muy realista al mismo tiempo. Nada de fórmulas utópicas. Nada de abstracciones brumosas.
—¿Cuál es, en su concepto, el movimiento revolucionario-idealista de mayor trascendencia en los últimos tiempos?
—La revolución rusa, incontestablemente. Lo que no quiere decir que yo no admire y estime el movimiento gandhiano aunque políticamente lo vea fracasado.
—¿Qué libro publicado después de la guerra es el que, a su ver, tiene mayor dosis de humanidad?
—Es difícil responder. Ortega y Gasset nos habla de la deshumanización del arte. Su tesis aparece fundada si se tiene en cuenta sólo algunas corrientes, algunas expresiones de decadencia o de desequilibrio. El más nuevo y más interesante movimiento de la literatura occidental —el suprarrealismo— no se conforma con la tesis de la deshumanización del arte. Me parece, más bien, un intento de rehumanización. Hay, por otra parte, mucha humanidad en la obra de Romain Rolland, de Henri Barbusse, de Fierre Hamp, de George Duhamel, por no citar sino especímenes ilustres de la literatura francesa, la más conocida aquí después de la española. ¿Y Leonhard Frank, Waldo Frank, Israel Zangwill, Panait, Istrati y el propio Bernard Shaw? Al mismo Pirandello —producto típico de una decadencia— yo no lo encuentro tan antihumano o inhumano como se pretende. Pero, en fin, si usted me pide títulos, citaré al azar: «Der mensch ist gut» de Leonhard Frank, el «Juan Cristóbal» y «L’Ame Enchantée» de Romain Rolland, «Le Lin» y toda la serie de «la peine des hommes» de Pierre Hamp, «Les Enchainements» de Henri Barbusse.
—¿Qué libros de esta índole cree usted que deberían ser divulgados entre nosotros?
—Todos los que encierren una verdad honda; todos los que traduzcan una fe apasionada y creadora; todos los que no sean puro diletantismo o snobismo.
—¿Por sus conocimientos y vinculaciones puede usted decirme si hay una verdadera organización obrera en el Perú?
—Todavía no. No hay sino embriones, gérmenes de organización. En Lima la organización sindical ha hecho muchos progresos porque aquí hay numeroso proletariado industrial. En las pequeñas ciudades no es posible aún la organización.
—¿Cómo luchar contra el analfabetismo, una de nuestras mayores desgracias?
—No soy de los que piensan que la solución del problema indígena es una simple cuestión de alfabeto. Es, más bien, una cuestión de justicia. No la resolverá, sólo, un ministro de Instrucción Pública. El indio alfabeto no es más feliz ni más libre ni más útil que el indio analfabeto. El ejemplo de México me parece, a este respecto, el más próximo.
—¿Cree usted que hace falta un diario de orientación obrera en el Perú?
—Tan lo creo que inicié hace dos años la fundación de la Editorial Obrera Claridad.
—¿Cree usted que existe entre nosotros el feminismo en el verdadero sentido de esta palabra?
—Existen algunas feministas. Pero feminismo —entendido como movimiento orgánico y definido, de espíritu revolucionario— no existe aún.
Investigación: WSV
Foto: Fiesta de la Planta en Vitarte. 3 de febrero de 1929. De izquierda a derecha: José Carlos Mariátegui, su hermano Julio César, Ángela Ramos, Carlos A. Velásquez, al volante Ricardo Martínez de la Torre y en primer plano Sandro Mariátegui Chiappe y Puppi Mildstein.