Medio siglo del terremoto que mató a 4.500 personas y cambió a Perú para siempre

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En 1970, un terremoto provocó que parte de la montaña nevada más alta de Perú se desprendiera y sepultara por completo a una pequeña ciudad en una tragedia que cobró dimensiones míticas. En diálogo con Sputnik, el geólogo peruano Patricio Valderrama recordó la catástrofe y cómo cambió al país para siempre.

Aquella tarde del 31 de mayo de 1970 el mundo estaba distraído con el partido inaugural de la Copa Mundial de Fútbol en México. En el majestuoso Estadio Azteca, la selección local recibía al representativo de la Unión Soviética ante unos 107.000 espectadores. El encuentro era todo un suceso, al ser el primer partido televisado en colores, el primero con cambios y el primero en los que el árbitro podía sacar tarjetas.

El evento tenía un atractivo particular entre los peruanos, cuya selección no disputaba un campeonato mundial desde la cita inaugural de 1930. Sin embargo, antes de que los peruanos pudieran interesarse por el partido de fondo de la jornada inaugural, el país ya había sufrido uno de los terremotos más mortales de su historia.

La tragedia comenzó exactamente a las 15:23 hora local con un terremoto de 8,0 grados en la escala Richter, comentó a Sputnik el geólogo peruano Patricio Valderrama, a 50 años de lo que aún es la mayor tragedia provocada por un desastre natural en Perú. El epicentro del sismo estuvo dentro del océano Pacífico a 200 kilómetros de la costa de la ciudad de Chimbote, en la región de Áncash, en el norte de Perú.

Valderrama apuntó que la magnitud del terremoto generó un primer tsunami que afectó a varias ciudades del norte del país. Sin embargo, eso no fue lo peor. A pesar de haberse generado lejos de la costa, el temblor se produjo cerca de «lo que hasta ahora es la región que contiene el 70% de la masa glaciar tropical del mundo».

Estudios recientes demuestran que solo el mega-aluvión mató a 4000 personas en el lapso de 2 minutos, solamente unos cuantos se salvaron porque pudieron subir a una colina que era el cementerio de Yungay.

En efecto, en esa zona se ubica el Huascarán, una montaña nevada que tiene en su pico sur -con 6.757 metros sobre el nivel del mar- el punto más alto de todo Perú. Los glaciares montañosos están ubicados sobre roca de granito que, según explicó Valderrama, «tiene la característica de ser muy dura, por lo que tiende a partirse fácilmente en bloques grandes». Un dato que sería fatídico a segundos de producido el terremoto.

«Al momento de ocurrir el terremoto, las ondas sísmicas viajaron y se encontraron con ese gran muro de granito gigantesco. Eso hizo que las ondas se amplifiquen y lo que hubo fue un gran derrumbe de la montaña más grande del Perú. Hubo un desprendimiento de una masa enorme de hielo y rocas que se vino ladera abajo con una velocidad y magnitud tremenda», detalló el experto.

Debajo de la montaña, los habitantes del pequeño poblado pastoril de Ranrahirca y de la ciudad de Yungay, una localidad pequeña pero pujante y capital del distrito y la provincia homónima, cuyos habitantes apenas pudieron reaccionar a lo que estaba sucediendo.

Valderrama remarcó que uno de los aspectos más extraordinarios de lo sucedido el 31 de mayo de 1970 fue «el tiempo». De hecho, desde la roca se desprendió producto del sismo y que los pueblos —ubicados a 5 kilómetros de la montaña— quedaron sepultados pasó poco más de un minuto y medio.

Relevamientos hechos por el geólogos a partir del relato de los pocos sobrevivientes sirvieron para reconstruir los últimos instantes de Yungay después de sentir el terremoto durante entre cinco y seis minutos. «La gente estaba asustada y en la calle porque seguramente muchas casas ya habían colapsado. Como las casas andinas son de adobe, al colapsar generan mucho polvo y suciedad, por lo que la gente estaba especialmente aturdida», reconstruyó el especialista.

«De pronto sintieron una vibración diferente y simplemente vino una ola gigantesca que tapó todo», narró.

El pueblo fue impactado por un aluvión de tierra y hielo que arrasó con la ciudad a una velocidad estimada en 325 kilómetros por hora. «Eso no dio chance a que la población se pudiera salvar, Fue instantáneo y muy violento. Como que te arrolle un tren», ilustró.

Todas las viviendas de la ciudad quedaron sepultadas bajo una montaña que alcanzó unos 220 metros. Los relatos cuentan que solo sobrevivió un puñado de habitantes que, al momento del aluvión, se encontraban más cerca de una colina que funcionaba, paradójicamente, como cementerio.

Valderrama recordó que en la cima de esa colina había una gran imagen de un Cristo católico, del que los pobladores pudieron aferrarse para intentar no morir.

Estudios recientes demuestran que solo el mega-aluvión mató a 4000 personas en el lapso de 2 minutos, solamente unos cuantos se salvaron porque pudieron subir a una colina que era el cementerio de Yungay

El caos de la tragedia se trasladó al recuento de víctimas. Por muchos años los peruanos aseguraron que el aluvión había causado la muerte de 70.000 personas pero para Valderrama se trata de un error surgido de la confusión entre la cantidad de habitantes que había en la ciudad de Yungai con su provincia homónima.

Según relevamientos más recientes, la avalancha causó la muerte de entre 4.500 y 5.000 personas y destruyó por completo la ciudad, reducida desde entonces a un «camposanto» visitado como memorial de la tragedia.

Pero no fueron los únicos afectados. El terremoto y posterior tsunami también causó muertes y destrozos en otras ciudades y pueblos cercanos, que perdieron porcentajes considerables de su población en cuestión de segundos. Según el geólogo, el número total de muertes de ese día supera fácil las 15.000 personas.

LECCIONES Y DEBES DE LA TRAGEDIA

Por su ubicación geográfica, los terremotos y tsunamis no están fuera del menú de desastres naturales para los peruanos. Sin embargo, hasta 1970 el país no había sufrido una catástrofe de tal magnitud y los mecanismos de contención eran prácticamente inexistentes.

Valderrama apuntó que fue a partir de ese incidente que el Gobierno peruano decidió conformar un Instituto Nacional de Defensa Civil, un organismo que nació en 1972 encargado de la atención de las víctimas de desastres. También comenzaron a realizarse estudios y mapeos en busca de lograr predecir eventos de esa magnitud, así como campañas educativas y mayores fiscalizaciones sobre planes de evacuación en edificios e instituciones.

Tal es el impacto de aquel hito que la fecha del 31 de mayo es escogida habitualmente para la realización de simulacros nacionales de sismos y tsunamis implementados por el Instituto Nacional de Defensa Civil.

Para Valderrama, sin embargo, el país aún no aprendió todas las lecciones necesarias. El nuevo pueblo de Yungay, recordó, se emplazó apenas a unos kilómetros del original y el de Ranrahirca permanece en el mismo lugar. «Seguimos viviendo en viviendas inseguras y en zonas riesgosas no solo por aluviones sino también por terremotos o inundaciones», alertó.

«Nos falta mucho por aprender. Cada desastre que nos toca parece que fuera el primero porque el discurso es que ‘no estábamos preparados’. Sin embargo, si revisamos la historia geológica vemos que el mismo fenómeno ocurrió en el mismo sitio cinco, quince, treinta y cincuenta años antes», sostuvo.

Sabiendo que es inviable poder reubicar a todas las poblaciones en zonas de riesgo —la propia capital Lima, con 11 millones de habitantes, sufre los riesgos de grandes terremotos— Valderrama consideró que se hace necesario «invertir en ciencia» para poder contar con «mapas de riesgo mucho más precisos», alertas tempranas y mayor educación para lograr poblaciones «resilientes» a los desastres naturales.

«Este evento fue el más grande que hemos tenido en el pasado pero no el más grande que vamos a tener en el futuro», advirtió el geólogo.

Asimismo, abogó por una mayor preparación conjunta de países sudamericanos como Ecuador, Perú, Chile y Argentina, que por su ubicación geográfica comparten ciertos riesgos geológicos.

Fuente: sputniknews.com

 

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