SAINT LOUIS/Senegal.- Cuando Meïssa Fall mira una bicicleta, no sólo ve la bicicleta. Ve peces, pájaros, personas, barcos y avionetas. Y después de visualizarlos, los materializa usando cada una de las piezas que componen este vehículo de dos ruedas.
Nacido en la histórica ciudad senegalesa de Saint Louis (norte) en 1964, Fall se define como reparador de bicicletas, motocicletas e incluso coches, y tiene una definición propia de lo que es ser un reparador, que narra con su tono de voz relajado y lento.
«La mecánica es como la medicina, un reparador es un gran médico que resucita y no deja morir a sus pacientes. Repara para el bien del pueblo y la humanidad. No quiere que algo se rompa y se tire», cuenta Fall a Efe en su taller en Saint Louis, antigua capital senegalesa situada junto a la desembocadura del río Senegal.
Nieto e hijo de reparadores de bicicletas, Fall añadió al oficio familiar también el arte, convirtiéndose en escultor de bicicletas.
Con las diferentes piezas que las componen, este saintluisense crea todo tipo de esculturas y asegura que la vida no le es suficiente para realizar todo lo que hay en su cabeza, sentado en un taburete fabricado con fragmentos de bicicletas que abarrotan su pequeño taller, también colgados unos sobre otros en las paredes.
Para Fall, cada una de sus creaciones tiene una historia y vida propia. Dice que ha trabajado y acariciado cada una de ellas hasta el punto de amarlas y asegura que, si algún cliente quiere comprar una, debe guardarla y protegerla porque no le gusta que las destruyan.
FORMAS HUMANAS Y ANIMALES EN CADA PIEZA
El artista comenzó a ver las formas humanas y de animales entre los 9 y los 13 años, mientras limpiaba las bicicletas cuando ayudaba a su padre en el taller los días que no tenía escuela.
«En mi cabeza las transformaba en personajes, pájaros, cualquier cosa», cuenta.
Pero fue con 25 años cuando decidió crear su primera obra de arte, aunque ya antes diseñaba mesas y sillas para su casa, que no mostraba a nadie.
Su primera creación se inspiró en una plaga de langostas que pasó por Saint Louis y con una pieza de una moto de la marca francesa MBK que, según este escultor, tenía la forma de una cabeza de langosta, la materializó, la puso en la puerta de su taller y esperó a que los clientes fueran para arreglar algo.
Relata Fall que cuando su padre arreglaba una bicicleta, lo hacía tan bien que el cliente se iba muy contento, pero tardaba mucho tiempo en regresar porque no se rompía.
A él, que aprendió de su padre, le ocurría lo mismo, aunque fuera muy preciado por su buen hacer en Saint Louis, ciudad donde los clientes cada vez eran menos a pesar de haber sido en los años setenta una ciudad donde los domingos se hacían carreras de bicicletas, donde la policía patrullaba en este medio de transporte y donde tener una era un lujo.
«CUANDO NO TENEMOS NADA QUE HACER, HACEMOS ARTE»
Pero con el paso del tiempo y la llegada de motos y coches, para los adultos las bicicletas pasaron a ser cosa de niños y Fall se encontraba casi siempre parado.
«Y me quedé sentado sin hacer nada -explica Fall, como si estuviera contando un cuento- y hay un refrán que dice: cuando no tenemos nada que hacer, hacemos arte».
Tras cada una de sus obras no sólo hay arte, sino también una reflexión.
Señalando a un pelícano que se encuentra a su derecha, Fall revela que está fabricado con el tubo de escape de donde sale el humo que contamina, pero que a su vez proviene del carburante que nos sirve para ir a donde queremos.
También habla de la cadena de la bicicleta, con la que se transmite la fuerza de los pedales al piñón y avanzamos.
Para Fall, crear estas obras de arte a través de piezas de bicicletas y motos usadas y viejas buscándoles una segunda vida, es también un modo de reciclar y colaborar con el medioambiente.
Explica que no hace falta talar un árbol para hacer una escultura, que es mejor transformar en lugar de comprar, aludiendo al consumismo actual; y asegura que él es ecologista y que no le gusta contaminar.
DIEZ KILÓMETROS AL DÍA EN UNA VIEJA BICICLETA
Es ese el motivo por el que la figura con la que se siente representado, y que se encuentra en el cartel en la puerta de su taller que lleva su nombre, es un pescado.
«No solo soy un gran consumidor de pescado -dice este senegalés en un país donde el plato principal es a base de arroz y pescado-, sino que vivo en este océano y la salud de los océanos es buena para la vida de los pescados».
Y por eso, Fall decidió hace unos diez años dejar de utilizar la moto y siempre pedalea unos diez kilómetros por día en una vieja bicicleta de hierro, sólida y pesada, que es como a él más le gustan.
«El hierro me encanta porque no es solo una materia primera, sino porque también es un talismán para nosotros, los africanos . Cuando un bebé nace se le pone un brazalete de hierro negro contra la mala suerte y las malas lenguas, es como su pararrayos. El metal negro nos protege y cuando lo pones en tu casa solo habrá cosas buenas en el interior», asegura el escultor.
TIENE LAS BICICLETAS EN LA SANGRE
Fall comenta que él tiene las bicicletas en la sangre, señalando sus venas de la muñeca, y que, en consecuencia, también las llevan en ella sus cuatro hijos y dos hijas.
«Es normal, me casé con su madre con el dinero de las bicicletas», explica Fall remarcando la evidencia.
El mayor de ellos, Amadou, trabaja con él en el taller y Fall asegura que va a hacer todo lo que pueda para que él también se convierta en reparador.
Es Amadou quien ha escrito en las paredes del exterior del taller, situado en el barrio sur de la isla de Saint Louis, dos frases inspiradoras a la vista de cualquier viandante.
«El único lugar donde vuestros sueños son imposibles es en vuestra cabeza», dice una de ellas, marcada en negro en los muros amarillentos.
«Así como el apetito proviene de comer, la inspiración proviene del trabajo», reza la segunda en otra de las paredes.
LA VIDA ES COMO UNA BICICLETA
Cuando Fall habla parece como si buscara que sus palabras sonaran a poesía e insiste en que sus pacientes, como reparador, no mueren.
«Los hacemos resucitar siempre, es una continuidad. Es como pedalear, es progresar, prosperar por el bien del pueblo, del mundo. No hay marcha atrás en bicicleta, es siempre avanzar y avanzar».
«La vida es como una bicicleta», clama el escultor.
«¿A qué se refiere?», le preguntamos.
«En una bicicleta podemos encontrar 2.500 piezas y ninguna puede ir sin la otra. Hay esa unidad, esa unión. El mundo es así, una bicicleta, nosotros somos una de sus piezas y es necesario que cada pieza juegue su rol para que avance. No estamos aquí para nada, estamos para trabajar para los demás», explica el reparador de bicicletas de Saint Louis.
Fall sabe bien cuál es su papel: «Yo he nacido en esta isla para venir a reparar».
EFE