YANGÓN/Myanmar.- En su primer día en Myanmar −ex Birmania−, el Papa Francisco se reunió este lunes con el jefe del Ejército, Min Aung Hlaing, para recordarle su «relevante» papel en este periodo de transición a la democracia.
En su complicada misión diplomática y pastoral el Sumo Pontífice se reunió precisamente con Min Aung Hlaing, a quien se culpa de la crisis humanitaria por la expulsión de 620,000 miembros de la minoría étnica rohingya a Bangladés.
Esta vez no hubo recibimientos espectaculares ni las habituales masas de fieles se apostaron a un lado y otro de la carretera esperando ver pasar al Papa, como sucedió en Colombia.
Bajo unos 35 grados y un pegajoso 79% de humedad, apenas varias decenas de niños cantaban junto a la pista del pequeño aeropuerto, donde el ministro delegado del presidente de la República y los 20 obispos locales esperaban el aterrizaje del Papa.
La población católica de Myanmar representa apenas el 1% del total de un país de 52 millones de habitantes y de mayoría budista.
Cuando el Papa recibió la invitación para visitar Myanmar de manos de la actual consejera de Estado, Aung Sang Suu Kyi, nadie pudo imaginar el escenario diplomático que se avecinaba.
El país se encontraba entonces en un claro avance en la consolidación de su joven democracia y la figura de la Premio Nobel de la Paz, altamente denostada hoy por su pasividad ante la crisis humanitaria, representaba un valor en alza en la estabilidad de la región.
Francisco, el primer Papa que visita la antigua Birmania, aterrizó este lunes en un país de mayoría budista del que han tenido que huir más de 620,000 rohingya a Bangladés —160 millones de habitantes en un territorio mucho más pequeño—.
Ni siquiera el acuerdo firmado el pasado jueves entre ambos países para que los rohinhgya pueden volver paulatinamente a sus casas —no satisface a los implicados ni a las organizaciones humanitarias— ha serenado los ánimos.
El enrevesado escenario diplomático ha obligado a diversos equilibrios no previstos. Uno de ellos fue incluir este lunes, a última hora, un encuentro con el responsable de la campaña militar que comenzó a finales de agosto y que, según la ONU, es una “limpieza étnica de manual”: el jefe del ejército Min Aung Hlaing.
La reunión duró apenas 15 minutos y se produjo en la sede del arzobispado de la antigua capital. Un lugar algo más cómodo para el Papa Francisco, que en un principio no había previsto verse en privado con el general.
No se permitió la entrada de periodistas ni antes ni después del encuentro, y el Vaticano resumió su contenido con una escueta frase: “Se ha hablado de la gran responsabilidad de la autoridad del país en este momento de transición”.
Pero el jefe del Ejército, molesto por la presión internacional que está recibiendo, quiso también fijar posición a la salida de la reunión. La oficina de Ming Aung Hlaing colgó un post en Facebook en el que resumió, también a su manera, lo que el jefe del Ejército le había dicho al Papa.
“En Myanmar no hay discriminación religiosa en absoluto, de hecho hay libertad de religión. Y el objetivo de cada soldado es construir la paz en un país estable”, señaló en la red social. (ECHA – Agencias)
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