MOSCU.- El 24 de junio de 2023, el jefe del grupo de mercenarios ruso Wagner, Yegeni Prigozhin, lanzó un desafío sin precedentes contra el presidente del país, Vladimir Putin, al asumir por su cuenta y riesgo el control temporal sobre la ciudad de Rostov del Don y arrancar un convoy en dirección a Moscú para protestar, en una maniobra prácticamente simbólica, la falta de respaldo del Ministerio de Defensa ruso a sus operaciones en la guerra de Ucrania.
Un año después, Prigozhin está muerto y Putin ha sido reelegido mandatario sin mayores complicaciones, reconfigurado la organización de mercenarios y consolidado su dominio sobre las fuerzas de seguridad a través de una remodelación de la cúpula de las Fuerzas Armadas. El que fuera uno de sus opositores políticos más destacados, Alexei Navalni, también ha fallecido en prisión. Importantes críticos internos, como el nacionalista Igor Girkin, también están entre rejas. Putin, explica a Sky News el experto para Rusia y Eurasia del Instituto Internacional para Estudios Estratégicos, Nigel Gould-Davies, «es un hombre que se aprende las lecciones».
La lección consistía en calcular el alcance de permitir diferentes aproximaciones a la invasión de Ucrania, perspectivas que acabaron degenerando en encontronazos del calibre del ocurrido en la primavera del año pasado entre Prigozhin y el ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu. En mayo, Prigozhin invitó a Shoigu a viajar al frente de Bajmut para comprobar de primera mano la difícil situación que estaban atravesando los mercenarios de Wagner por la falta de municiones y usar su «extensa experiencia en combate» para dar la vuelta a la situación, un comentario realizado a sabiendas de que el ministro, en realidad, nunca sirvió en las filas del Ejército.
Las fricciones nunca terminaron por solventarse y, harto de la situación, Prigozhin comenzó el 24 de junio su llamada Marcha por la Justicia. Horas después de la entrada no autorizada en la noche anterior de sus hombres en Rostov del Don, sede del mando militar ruso para el sur, el jefe de Wagner dirigió una columna entera en dirección a Moscú para reivindicar la situación de sus subordinados.
El convoy llegó a unos 200 kilómetros de Moscú antes de que Prigozhin decidiera detener la marcha. La orden tuvo lugar tras una intervención completamente inesperada, la del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko quien, en palabras del jefe de Wagner, «tendió su mano y ofreció una solución» para que el grupo de mercenarios pudiera «trabajar en una jurisdicción legítima». Prigozhin, además, aseguró que esta acción «reveló serias brechas de seguridad en todo el país».
«Bloqueamos todos los aeródromos y unidades militares. En 24 horas recorrimos una distancia similar a la de las tropas hacia Kiev el 24 de febrero y desde ese mismo punto hacia Uzhgorod», precisó el jefe de Wagner antes de insistir una y otra vez en que nunca tuvo la intención de «derrocar al Gobierno ruso» ni traicionar al presidente Putin, un hombre al que conocía desde hace 20 años, cuando dirigía una empresa de catering para los invitados del mandatario.
UN ELOGIO DE DOBLE FILO
«Un hombre de difícil destino», describió Putin a Prigozhin el 24 de agosto, 24 horas después de que un avión que transportaba al jefe de Wagner, ya completamente apestado de los círculos del poder ruso y acusado de rebelion, se estrellara al noroeste de Moscú. «Un empresario de talento, que cometió graves errores en su vida, pero que en sus últimos meses consiguió los resultados que nos hacían falta a los dos», añadió el mandatario.
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Las autoridades rusas tacharon lo ocurrido como un accidente y desoyeron las versiones contrarias propuestas por Estados Unidos — «Creo que aquí todo el mundo sabe lo que ha pasado», manifestó la portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre — o Ucrania — «Ejemplo de libro de eliminación sistemática», en palabras del ministro de Exteriores, Dimitro Kuleba — y, si bien Putin no acudió al funeral en San Petersburgo, sí que han permitido desde entonces muestras públicas de respeto a la figura del líder mercenario.
A lo largo de estos meses, Putin se ha dedicado a terminar de zanjar cuestiones pendientes, como el general Sergei Surovikin, próximo a Prigozhin, quien acabó relevado del mando como comandante adjunto de las fuerzas en Ucrania en septiembre y, para terminar de demostrar que no exhibe ningún favoritismo en particular, también retiró a Shoigu como ministro de Defensa — quien de todas formas ocupa ahora el prominente cargo de secretario del Consejo de Seguridad de Rusia — para apostar por un economista nato, Andrei Belousov.
En paralelo, Putin se ha dedicado a desmantelar Wagner, ahora convertido en la organización Africa Corps, dedicada como hacía su predecesora a consolidar el poder de las juntas militares del cinturón centroafricano y a luchar contra las organizaciones yihadistas y criminales de la zona.
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Wagner solo opera en un país africano, según expertos rusos de la cadena BBC, en una forma parecida a su modalidad original, República Centroafricana, donde los mercenarios actúan a las órdenes del hijo de Prigozhin, Pavel. Otros mercenarios de Wagner han acabado en Bielorrusia, como instructores de las fuerzas de ese país; otros forman parte de la Guardia Nacional Rusa o actúan bajo las órdenes del Ministerio de Defensa: lo último que se le ocurriría al fallecido oligarca ruso que lanzó el órdago de su vida a Moscú.
Europa Press