Reinaldo Rueda quiso cerrar la Copa América jugando en el Maracaná ante Brasil

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El camarín de Chile desbordaba tristeza, desilusión y amargura. La goleada sufrida ante Perú por las semifinales de la Copa América caló hondo en el corazón de la Roja.

Nadie en el vestuario se imaginaba una debacle como la de anoche en el Arena do Gremio. Río de Janeiro y el Maracaná ya estaban en la mente del bicampeón continental, tal como aseguró el técnico Reinaldo Rueda, pese al desmentido de sus dirigidos. Por eso, la debacle fue profunda.

Hubo llanto en la Selección. Uno de los más afectados era Guillermo Maripán. El defensa vivía su primera Copa en Brasil 2019 y su ilusión era máxima. Titular indiscutido para el entrenador y el hombre con más presencias en la era del colombiano, el Memo se fue destrozado de Porto Alegre.

No quiso hablar con la prensa y cuando finalizaba su recorrido por el laberinto de la zona mixta le dio un feroz puñetazo a la pared. Más de alguno se asustó, porque el estruendo fue grande. El gigante formado en Universidad Católica no ocultó su desazón.

Detrás del central venía Alexis Sánchez. Ojos llorosos, mirada fija en la nada. Como en todo el torneo, no se detuvo a conversar con los medios de comunicación. Caminó a paso rápido rumbo al bus, igual que cuando terminó el partido y se fue al camarín sin despedirse de nadie. Previo al penal perdido de Eduardo Vargas, el Niño Maravilla se fue a la mitad de la cancha. No estuvo en la medialuna como sus compañeros. Solo quería que el partido terminara.

El tocopillano, que recuperó su buena forma en esta edición del torneo de selecciones más antiguo del mundo, se fue insatisfecho. En la helada noche gaucha se le vio peleador, enojado y a ratos fuera de sí. Entró en una constante discusión con el árbitro colombiano Wilmar Roldán y no pudo salir de ese círculo. Su temporada tuvo un cierre aceptable, pero no el que quería.

Ángelo Sagal era otro cuyo rostro evidenciaba desazón. El delantero entró por José Pedro Fuenzalida en el entretiempo y fue intrascendente. Se fue sin pena ni gloria de la Copa, y con los ojos rojos.

Gabriel Arias aprovechó que Gary Medel concentraba los micrófonos para salir raudo. No quiso hablar. Su rostro reflejaba la amargura de otro partido bajo, marcado por otro error garrafal, propiciado también por un pésimo marcaje de Jean Beausejour.

Pese a la sensación de tristeza y amargura que reinaba en el camarín, el plantel coincidió en que Perú les ganó bien. No existía esa bronca típica de cuando el arbitraje es parcial. Al contrario, había autocrítica y valoración a la táctica de Ricardo Gareca. Los del Rímac habían sido mejores y no quedaba otra que aceptarlo.

A diferencia de los cuatro partidos anteriores, esta vez los jugadores de la Roja se bañaron rápido y salieron en grupos. El primero, como siempre, fue Nicolás Castillo, quizás el único en esbozar una sonrisa ante la insistencia de un reportero en hacerlo hablar.

Por su parte, el cuerpo técnico vivió la derrota con tranquilidad. Hubo palabras de apoyo hacia el plantel, pero también respetando su espacio y el silencio que por momentos se generaba. No había ánimo para mucha charla.

 

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