MANAGUA.- El poeta nicaragüense Rubén Darío era un niño cuando descubrió sus sueños de autor, fue fiel a su ideal y terminó modernizando la lengua castellana, a la vez que construía una firma que continúa vigente 100 años después de su muerte.
Bautizado como Félix Rubén García Sarmiento, su mente pródiga no solo le permitió aprender a leer a los tres años de edad y gozar de una portentosa retentiva, también le otorgó una extraordinaria capacidad de raciocinio, que utilizó para mezclar deseos y talento aún impúber.
«Su ideal era sobresalir en las letras, él se consideraba un dotado de ese don, de poder escribir, y destacó por ese ideal, que desde niño lo tenía y lo aprovechó al ciento por ciento», dijo a Efe el director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Francisco Arellano Oviedo.
En su obra autobiografía, Rubén Darío, nacido el 18 de enero de 1867, resaltó: «a los diez años ya componía versos, y que no cometí nunca una sola falta de ritmo».
A pesar de su obstinación y de que su talento lo llevó a escribir en múltiples periódicos de Centroamérica siendo adolescente, alcanzar su ideal no fue fácil para el poeta nicaragüense.
En 1882 intentó convencer al gobierno de su país para que le otorgara una beca de estudios en Europa, pero su poema en cien décimas «El libro» fue incomprendido por las autoridades.
El mismo Darío relató que ni siquiera Chile fue fácil de entrada, pues sólo logró viajar porque un grupo de amigos juntaron dinero para el boleto en 1886, y sufrió por tener rasgos claramente latinoamericanos.
«Llega pobre a Chile, y se ve la diferencia, allá la gente viste de traje y abrigos, él viste como centroamericano (ropa ligera, casual)», anotó Arellano.
Pero fue su ideal el que lo lanzó a lo más alto de la literatura de Chile y del mundo, coronado con su obra «Azul», considerada uno de los hitos más importantes de la lengua castellana.
A «Azul» le siguieron grandes obras, como «Prosas profanas» (Buenos Aires, 1896), «España contemporánea» (París, 1901), «Cantos de vida y esperanza» (Madrid, 1905), entre otras.
Fue entonces que el ideal de aquel niño nacido en Metapa, hoy Ciudad Darío en su honor, un pueblo pobre ubicado a 90 kilómetros al norte de Managua, modernizó la lengua castellana.
«El español en ese momento era una lengua muerta, sin intelectuales importantes, pero Darío viene a cambiar todo esto, porque el mundo empieza a concentrarse en conocer más la literatura en castellano», señaló a Efe el director del estatal Instituto Nicaragüense de Cultura, Luis Morales Alonso.
De ahí que se conozca a Rubén Darío como el «padre del modernismo» o el «príncipe de las letras castellanas».
El poeta nicaragüense no sólo «desempolvó muchas frases del vasto inventario de vocabulario del castellano», también las puso en boga e introdujo recursos de la literatura francesa «de una manera tan magistral que deslumbró al mundo», agregó Morales.
Rubén Darío fascinó al mundo y a los nicaragüenses, de quienes se dice que «quien no es poeta es hijo de poeta», y cuyo país cada año atrae a cientos de autores de todas partes del mundo, para participar en el Festival Internacional de Poesía de Granada, el más importante de Centroamérica.
«Rubén Darío fue un estímulo, una guía que nadie ha logrado trascender, tenemos muchos poetas extraordinarios, pero quien enciende la tea es Darío», insistió Morales.
Por eso Nicaragua aprovechará el centenario de su muerte este 6 de febrero para nombrarlo Héroe Nacional; en Madrid, la Casa de América se ilumina de azul, Chile exhibe sus manuscritos y Argentina emite un sello postal.
En León, su ciudad de crianza y donde decidió morir, con 49 años, un felino de mármol con semblante triste guarda los restos de Rubén Darío, y con estos el ideal que llevó la modernidad de su lengua.
EFE/Foto: elmundo.sv