La muerte de Stalin en 1953 no sólo tuvo consecuencias políticas dramáticas, sino que tuvo un gran impacto en el fútbol soviético. El Dinamo Tiflis, que representaba a la patria chica de Stalin, tenía la liga en la mano, pero el Kremlin se lo arrebató.
«La decisión de evitar que el Dinamo se proclamara campeón la tomó personalmente el líder del partido, Nikita Jruschov», comentó a Efe Demiko Loladze, historiador georgiano.
Jruschov no podía permitir que un equipo de fútbol echara a perder su campaña contra «el culto a la personalidad de Stalin«, la mejor garantía para consolidar su poder al frente del Kremlin.
Aquella no fue la primera vez ni la última que la política se entrometía en el fútbol, pero los georgianos y, especialmente, los futbolistas que componían aquel equipo no pueden olvidar la afrenta, que cumplirá ahora 65 años.
Una docena de equipos participaron en el campeonato del 53 -aunque sólo once lo terminaron-, que arrancó con un mes de retraso debido a la repentina muerte del sucesor de Lenin el 5 de marzo.
El Dinamo era el único representante georgiano y era conocido como el equipo de las fuerzas de seguridad, es decir de otro georgiano, el odiado Lavrenti Beria. Después había siete clubes rusos, dos ucranianos y uno lituano.
«Teníamos un gran equipo. Jugábamos un fútbol muy bonito, técnico y ofensivo. Para nadie era un secreto que Beria era seguidor de nuestro club», recuerda Mijaíl Dzhodzhua, entonces delantero del Dinamo, sobre el estrecho colaborador de Stalin y jefe de los servicios secretos entre 1938 y 1953.
Quiso el destino que el Dinamo llegara a la última jornada con muchas posibilidades de alzarse con su primer título desde que el club comenzara a participar en la liga soviética en 1936.
Los georgianos derrotaron al todopoderoso Torpedo en Moscú (1-2), por lo que serían campeones si el Spartak, que iba dos puntos por detrás, empataba o perdía.
En caso de que el Spartak ganara, el reglamento estipulaba la disputa de un partido de desempate entre los dos primeros clasificados.
El problema es que los aficionados del Torpedo quedaron muy descontentos con el arbitraje del encuentro, ya que consideraron que el árbitro de Leningrado les birló un penalti y concedió un gol al Dinamo en claro fuera de juego.
Cientos de aficionados inundaron el campo del Torpedo, en cuyo estadio se habían congregado 25.000 espectadores, y los jugadores y trío arbitral tuvieron que refugiarse en los vestuarios.
El Torpedo presentó una protesta formal, lo que fue incluido en la portada del día siguiente del diario deportivo de mayor tirada, «Sovetski Sport».
«Para el Kremlin ese desarrollo de los acontecimientos era completamente inaceptable. En Moscú temían que el éxito de los futbolistas georgianos podía provocar un aumento de los ánimos nacionalistas en la tierra de Stalin y Beria», señala un reportaje de la televisión georgiana.
Por eso, decidieron anular el resultado y ordenaron repetir el partido, escudándose en los errores arbitrales y los disturbios postpartido.
El Dinamo, cuyos jugadores estaban hundidos psicológicamente, cayó entonces ante el Torpedo (4-1) y el soñado título de liga se les escapó de las manos.
«Los futbolistas que jugaron ese partido me contaron que después fueron a un restaurante a celebrar la victoria sobre el Torpedo. Prácticamente, estaban celebrando el título», comentó a Efe Vladímir Barkaya, antiguo futbolista del Dinamo y de la selección soviética.
Y, de repente, agrega «les dicen que se repetirá el partido. Los jugadores del Dinamo comprendían que les estaban quitando la victoria y colocarían al Spartak en primer lugar».
«No pudieron contener las lágrimas. Fue una decisión política del Kremlin. En el partido de revancha salió todo mal. Los jugadores ya no tenían ganas de jugar», indica.
Además, durante el partido los aficionados moscovitas «les llamaban ‘berievtsi’ (beriatas) como si los futbolistas fueran también responsables de del temible ministro georgiano».
«Se vengaron contra los georgianos por Stalin y Beria», agrega Lopadze, quien recuerda que el árbitro del partido, el moscovita Nikolái Latishev, que expulsó a un futbolista georgiano, le dijo al técnico del Dinamo antes del pitido inicial que nunca ganarían ese partido.
En honor a la verdad, Beria, que sería fusilado en diciembre de ese año, era un gran amante del fútbol, deporte que había practicado de joven, no se perdía ningún partido y solía reunirse de manera asidua con los futbolistas del Dinamo.
«Mi padre estaba en el estadio. Había mucha tensión. Los aficionados locales gritaban: ‘Péguenles a los georgianos’. Tenían que haber sancionado sólo al Torpedo por la invasión del campo», recuerda Ramaz, un vecino de Tiflis.
El Spartak, el equipo del pueblo, derrotó el 11 de septiembre al Zenit de Samara (1-0) y se proclamó campeón de liga por quinta vez en su historia.
El equipo de Tiflis sólo podría resarcirse once años después al hacerse con su primer título de liga en noviembre de 1964, un mes después de que Jruschov fuera apartado del poder, en dura pugna con el Torpedo.
EFE/Misha Vignanski