TÚNEZ.- El primer ministro designado tunecino, Habib Jemli, anunció hoy la composición de su nuevo gobierno, en el que tendrán un amplio peso el partido conservador de tendencia islamista «Enhhada» y las mujeres, que por primera vez supondrán el 40 por ciento del gabinete.
En una rueda de prensa, el futuro jefe de gobierno, proveniente de las filas de «Ennahda«, confirmó que este mismo miércoles presentó la lista al presidente del país, el ultraconservador Kaïes Said, y que el nombre de los nuevos ministros sera revelado el jueves.
«El más joven tiene 31 años y el más anciano 69», afirmó Jemli, que apenas ofreció detalles y se limitó a indicar que entre los elegidos hay antiguos ministros y numerosos tecnócratas, expertos en el sector en el que van a desarrollar su función.
La identidad de los ministros, dijeron fuentes próximas al primer ministro, será revelada el jueves por el presidente del Parlamento y líder de Ennahda, Rachid Ghannouchi.
Una vez conocidos, el nuevo gobierno será sometido a la aprobación de la Cámara, en la que domina el citado partido islamista con 52 escaños, lejos los 109 necesarios.
Esa división en la Asamblea es la que ha obligado a Jemli a negociar a varias bandas desde que hace tres meses su partido ganara las elecciones legislativas y obtuviera el derecho a proponer le nombre del jefe del Gobierno.
Superado el plazo de dos meses para la formación del Ejecutivo, el político pidió al presidente una prorroga de un mes, como contempla la Constitución.
Politólogos tunecinos aseguran a Efe que Jemli ha logrado el consenso necesario, gracias a apoyos tan dispares como el partido salafista Al Karama, el partido laico Corriente Democrática o la formación del antiguo primer ministro y socio de Ennahda en el anterior ejecutivo, Yousef Chaheed, además de numerosos parlamentarios que concurrieron como independientes.
Jemli aseguró este miércoles que la principal preocupación será revivir la economía nacional, sumida en una aguda crisis que lastra el desarrollo y supone una losa para la transición política.
Y es que nueva años después de la revolución que acabó con la dictadura de Zinedin el Abedin Ben Ali, Túnez adolece de los mismos problemas económicos que condujeron a la revuelta: un alta tasa de paro juvenil, una corrupción sistémica y una sensación creciente de injusticia social que ha incrementado la inseguridad en el país e inducido de nuevo a los jóvenes a la migración.
Pese a los progresos en la transición política, la economía sigue estancada, con un déficit disparado, un dinar inestable, dificultades para la inversión -tanto nacional como extranjera-, obstáculos fiscales, un sistema de impuestos obsoleto y débil y un sector público y una administración mastodóntica que consume una gran parte de los recursos del estado.
En el 2017, Túnez recibió un préstamo por valor de 2,500 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial a cambio de una política de recortes y austeridad que no ha sido capaz de aplicar y que le ha llevado a un conflicto con ambas entidades.
En paralelo, ha recibido préstamos en condiciones muy favorables de países árabes como Arabia Saudí y Qatar, que han recuperado su posición dominante en el mercado tunecino por delante de la Unión Europea, que igualmente ha concedido ayudas millonarias al país.
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