Las hemerotecas son una fuente inagotable de tesoros periodísticos que no deben quedar en empolvados rincones de las bibliotecas. Hoy rescatamos una curiosa entrevista de Juan Gonzalo Rose a Julio Ramón Ribeyro, dos de los máximos exponentes de la Generación de 1950.
Él se queda por un instante mirando una próxima lejanía antes de decirme:
-Ya me han solicitado hasta cinco entrevistas, una de ellas para la televisión, y yo me he negado a concederlas.
Yo le iba a…, pero Julio Ramón prosigue imprevistamente en el uso de la palabra:
-Temo que por esta actitud mía se me juzgue mal. Más de uno puede pensar que se trata de arrogancia; no es así. Pienso que una persona, un escritor en este caso, solo debe permitir ser reporteado cuando tiene algo importante o nuevo que expresar. No soy partidario de ese deporte insípido del reportaje por el reportaje. Cuando experimento la necesidad de comunicarme con los demás por una vía no literaria y cuando la naturaleza o la urgencia del asunto así lo aconsejan, me apresuro a buscar a un periodista.
Su golpeante lógica me ha dejado con los lapiceros caídos en un rincón del ring. Sin embargo, saco fuerzas de flaqueza:
-Una vez me citaste una frase del mariscal Benavides… «A los amigos todo; a los enemigos la ley». Y yo soy tu amigo.
Me mira y sonríe de un modo un poco conejil:
-Bien, Gonzalo, entrevístame entonces; pero con una condición.
-Las que tú quieras.
-Solamente una…: publica la entrevista después de que yo me haya regresado a París. Me daría mucha vergüenza encontrarme en la calle con una de esas personas a quienes les dije que no iba a conceder ningún reportaje.
Me lanzo presto a la inquisición.
-¿Cuál es el motivo de tu visita a Lima?
Su rostro, generalmente pálido, palidece aún más.
-Iba a venir con mi hijo y, al final, decidí no traerlo. Mi esposa y yo vivimos el problema de tener un hijo único. Yo me imaginaba tener buena predisposición para la psicología. Por desgracia, parece que no es así. Su comportamiento me es incomprensible y nada agradable. Le ofrecí que si mejoraba su conducta, lo iba a traer para que conociera el Perú, uno de sus grandes deseos. Era un premio que no se supo ganar.
Federico Camino, que está con nosotros y gracias a quien me conecté con Ribeyro, tercia en el tema:
-También yo soy padre de hijo único, pero no me causa dificultades.
Julio Ramón agita sus brazos marfileños:
-Ese es el quid, no hay reglas. Únicamente la intuición de los padres puede encontrarle una salida al túnel.
Como un sol amargo ha caído sobre nuestra mesa, trato de proyectar una sombra amable:
-Y te decidiste por las playas limeñas.
-Detesto las playas en tiempo de verano. Cuando estoy aquí huyo a Chosica.
-¿Además de eso?
-Además de eso, algo útil he hecho. Me he comunicado personalmente con Luis Enrique Tord y Carlos Gassols para hablar sobre la posibilidad de llevar a escena mi obra Atusparia. Ellos, principalmente Carlos, están entusiasmados con la idea; pero el montaje es caro; tampoco mucho más caro que otros espectáculos que se ven acá; sin embargo, por el momento, el Instituto Nacional de Cultura no cuenta con los fondos económicos para abrir el telón. Lo más positivo del caso, para mí, es que hayan aceptado mi propuesta de que la dirija Hernando Cortés.
Cambio de esquina y le manifiesto:
-Mis lectores no me disculparían si no me dices algo sobre la actual narrativa peruana.
Torna a ponerse adusto:
-Me desagrada ejercer de crítico de mis compañeros de trabajo. Sin embargo, deseo decir dos cosas: Me extraña la indiferencia con la cual han sido recibidas las obras de Carlos Calderón Fajardo y estoy leyendo con singular placer la excepcional novela de César Calvo.
(Publicado en Caretas, 1 de marzo de 1982)
Investigación: Walter Sosa Vivanco